El versículo 49 debería figurar en las antologías de la desfachatez y el cinismo mundial. Aquellos que deberían enseñar al pueblo, aquellos que deberían ser sus pastores, en lugar de reconocer su fracaso se lo achacan a la ignorancia de la gente. La irresponsabilidad total. Ese pueblo ignorante era el espejo de los maestros que se enojaban porque un carismático Rabí sacudía las mentes de su clientela. Es un argumento ad hominem: ¿quién de autoridad certificada ha dado el visto bueno de ese carpintero de la lejana Galilea? Nicodemo, y el escritor se encarga de recordarnos su visita cuasi secreta con Jesús, revira tímidamente: escuchémoslo. Pero la respuesta es el prejuicio: nada bueno viene de esa tierra. El pleito adquiere ya matices sociales y culturales.
Así que seguir los pasos del Maestro nos conducirá irremediablemente al conflicto, al no acuerdo con cierto tipo de pensamiento y práctica arraigada. ¡Cómo contrasta este capítulo con el panorama actual de cientos, miles, de congregaciones! Mientras que aquí vemos a un renovador, a un Rabí cuya enseñanza es todo menos aburrida; volteamos y vemos templos vacíos o repletos de esclerosis. Nuevo es una palabra prohibida. Viene el «innovador» y los sanedrines modernos lo tachan de ignorante y «maldito». Y si escribimos con comillas es porque regularmente el innovador cristiano no alude sino a Cristo. En qué estado se encuentra la cristiandad que lo más moderno parece ser volver al origen. Estas contradicciones no son fruto de un pueblo manipulado sino de unos pastores que en el mejor de los casos son ignorantes ellos mismos o cobardes. O no saben lo que enseñan o temen enseñar la verdad. El resultado en ambos casos es desolador: una feligresía confundida, indiferente o cínica.
Hoy todavía vale la pena escuchar al sensato Nicodemo: escuchemos a Jesús. Algo hay en ese libro viejo que no falta en ninguna biblioteca, aunque sea de ornato, y que se llama Biblia. El llamado del evangelio no es a ser sordos a la crítica, a la confrontación. Nos llama a escuchar. Jesús estaba dispuesto a hablar, a exponer su caso y seguir. Los dirigentes no. Su feudo de dogmas estaba muy establecido y no dejarían que nadie se los quitara. El conflicto apenas empezaba. Nos esperan cientos de versículos de confrontaciones entre el Mesías y la clase dirigente.