Blancarte sobre tono del Papa

Roberto Blancarte, acaso el principal historiador del catolicismo en México, nos llama la atención del tono que usa el Papa en sus discursos y libros. Es el estilo de un teólogo. Eso ya lo sabíamos. Lo que no sabíamos es si cambiaría con su conversión a Benito XVI. Según nos dice Blancarte, Benito sigue hablando como Ratzinger. Pero, miren qué casualidad, la conclusión del articulista es paradójica: las repercusiones de lo que escribe el Papa pueden estar en las antípodas de lo que él mismo piensa. En fin, alguno de ustedes que tenga hígado para leerlo nos podría dar su opinión. Aquí el artículo de Blancarte publicado el 04 de diciembre en Milenio:

¿A quién le interesa lo que diga el Papa?

El Papa alemán Joseph Ratzinger es, sin duda alguna, un buen filósofo y un gran teólogo. De muchos más altos vuelos teóricos que su predecesor, se nota en sus escritos una profundidad de pensamiento que busca y se interroga, más que afirma y dogmatiza. Obviamente, como cualquier ser humano, puede estar equivocado. Pero tiene el valor de decir lo que piensa y, sobre todo, no le tiene miedo al diálogo, siempre y cuando sea de altura. Por eso es en ocasiones atacado. Porque a veces se le olvida que no está discutiendo con filósofos y que las realidades de la política mundial son mucho más banales, pero requieren de un tacto y una astucia que se le escapan al gran pensador. Además de esto, por más esfuerzos que haga, Ratzinger no parece estar dispuesto a bajar el nivel de su reflexión para alcanzar niveles mayores de auditorio, con lo cual uno se pregunta hasta qué punto los mensajes del Papa son entendidos y asimilados por el grueso de la población católica. Por ejemplo, en un país de 88 millones de católicos me pregunto cuántos leerán y cómo interpretarán este mensaje.

Benito XVI tituló a su segunda encíclica «SPE SALVI facti sumus» -es decir, «en esperanza fuimos salvados», retomando un pasaje de San Pablo a los romanos-. Señala Ratzinger que, según la fe cristiana, la salvación se nos ofrece «en el sentido de que se nos ha dado la esperanza, una esperanza fiable, gracias a la cual podemos afrontar nuestro presente: el presente, aunque sea un presente fatigoso, se puede vivir y aceptar si lleva hacia una meta, si podemos estar seguros de esta meta y si esta meta es tan grande que justifique el esfuerzo del camino.» El Papa, como buen filósofo, se plantea inmediatamente una pregunta: «¿De qué género ha de ser esta esperanza para poder justificar la afirmación de que a partir de ella, y simplemente porque hay esperanza, somos redimidos por ella? Y, ¿de qué tipo de certeza se trata?». En otras palabras, Benito XVI se pregunta qué tipo de esperanza se puede tener y, por lo tanto, qué tipo de salvación se puede esperar. El texto de 50 párrafos intenta dar una respuesta, teológica por supuesto, a tales interrogantes. En la medida que son reflexiones hechas no sólo por la máxima autoridad de la Iglesia católica, sino por un hombre al final de su vida, el texto puede resultar muy interesante a pesar de su densidad filosófica.

En su ya conocido estilo, Ratzinger comienza pisando algunos callos, probablemente sin querer. Afirma que «esperanza es una palabra central de la fe bíblica, hasta el punto de que en muchos pasajes las palabras ‘fe’ y ‘esperanza’ parecen intercambiables». De ahí pasa a citar nuevamente a San Pablo, cuando él «recuerda a los Efesios cómo antes de su encuentro con Cristo no tenían en el mundo ‘ni esperanza ni Dios’ (Ef 2,12). Naturalmente -insiste el Papa-, él sabía que habían tenido dioses, que habían tenido una religión, pero sus dioses se habían demostrado inciertos y de sus mitos contradictorios no surgía esperanza alguna.»

Éste es un claro ejemplo de los traspiés «involuntarios» del Papa. Sin querer queriendo, pues él se refiere básicamente a los dioses que tenían griegos y romanos, Ratzinger descalifica a todos los otros dioses existentes en las diversas culturas del mundo, incluyendo a la propia en la que Jesús y sus discípulos habían nacido, crecido y eventualmente muerto (pues Jesús nació, creció y murió como judío). Desde la perspectiva del Papa, los griegos, romanos y judíos creían en falsos dioses y la esperanza sólo les llegó una vez que conocieron al verdadero Dios. En otras palabras, una nueva versión de «fuera de la Iglesia [católica, por supuesto], no hay salvación. Como señala el propio Ratzinger, «antes del encuentro con Cristo, los Efesios estaban sin esperanza, porque estaban en el mundo ‘sin Dios’. Llegar a conocer a Dios, al Dios verdadero [subrayado mío] eso es lo que significa recibir esperanza.»

Los medios masivos han enfatizado sólo ciertos pasajes más políticos de la encíclica. En particular uno donde Benito XVI afirma que «el cristianismo no traía un mensaje socio-revolucionario como el de Espartaco que, con luchas cruentas, fracasó. Jesús no era Espartaco, no era un combatiente por una liberación política como Barrabás o Bar-Kokebá.»

Pero el núcleo del mensaje de Ratzinger no es ese, sino otro, mucho más profundo y provocador (viniendo de quien viene, aunque basándose en el teólogo francés Henri de Lubac), siempre y cuando se entendiera y practicara en su cabalidad: la verdadera salvación no es individual, sino comunitaria. El Papa lo sostiene en las conclusiones de su encíclica: «Nuestras existencias están en profunda comunión entre sí, entrelazadas unas con otras a través de múltiples interacciones. Nadie vive solo. Ninguno peca solo. Nadie se salva solo… Como cristianos, nunca deberíamos preguntarnos solamente: ¿Cómo puedo salvarme yo mismo? Deberíamos preguntarnos también: ¿Qué puedo hacer para que otros se salven y para que surja también para ellos la estrella de la esperanza? Entonces habré hecho el máximo también por mi salvación personal.» Y eso sí puede ser potencialmente disruptivo del orden social mundial, porque esta posición puede crear desde misioneros hasta cruzados.

Roberto Blancarte – 228

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