Bienaventurados los pobres en espíritu; porque de ellos es el reino de los cielos
El gran discurso de Jesús inicia con un mensaje de alegría y esperanza dirigido a los que esta sociedad generalmente subestima. Y de entre todos ellos, los primeros que deberían sentir ánimo son los pobres de espíritu. A ellos, el Maestro los promete el reino de los cielos. Aquí, en estos pocas palabras están los temas recurrentes en el evangelio de Cristo: los necesitados y el reino espiritual.
Pero, ¿a qué pobres se refiere Jesús? No a quienes no tienen posesiones materiales sino a aquellos que lo son de «espíritu». He aquí una señal que no debemos olvidar. Sólo sin ese espíritu egoísta el ser humano podría recibir al verdadero Espíritu, el que viene de Dios. Ahí está el fundamento del evangelio y, al final, de la salvación. Si uno quiere tener una relación con Dios, si quiere recibir esa herencia que se llama «reino de los cielos», deberá hacer morir su ego.
Los cristianos encontramos la riqueza en el cielo, no en esta Tierra. Qué tristeza dan los cristianos arrogantes, orgullosos y vanidosos, esos que se creen superiores al resto de los mortales, que no se dan cuenta que para convertirse del mundo material al espiritual, uno debe terminar con sus posesiones, seguridades y comodidades espirituales. ¿Se nos olvida de dónde venimos? No somos más ricos en espíritu hoy que antes. De hecho, somos receptáculos del Espíritu Santo. Esto por gracia.
Cuando uno se olvida que la vida que lleva hoy es fruto de Dios, entonces cree que es mejor que otros. Nada más falso y alejado de la verdad. Precisamente esa es la crítica de la modernidad al cristianismo: que se niegan a sí mismos, que exaltan la riqueza en lugar del instinto de poder (Nietzsche). No afirmamos el gozo de la vida por la vida misma. No encontramos la alegría en el yo. Nosotros, los cristianos, nos olvidamos del espíritu de los tiempos, nos desposeemos y en esa pobreza hallamos al Dios que proclamó Jesús.
En la pobreza hemos encontrado a Dios. Y él nos promete (sólo es promesa) su propio Reino.