Bienaventurados los pacificadores porque Dios los llamará hijos suyos
Decir que vivimos en un mundo violento es decir una perogrullada, un lugar común, nada nuevo. Todos sabemos eso. Y también que hay varios tipos de violencia: física, verbal, mental, espiritual y las que quieran añadirse. ¿Por qué nos hemos acostumbrado a vivir así? ¿Es acaso una característica sine qua non del ser humano? ¿Ser humano significa ser violento? Hemos vivido con guerras y conflictos entre hermanos, vecinos y desconocidos. El pregonado progreso se ha construido no con la razón sola sino con mente y manos, con cerebro y sangre. Y entonces llega Jesús a decir «dichosos los que trabajan por la paz».
Jesús invirtió los valores de moda en su tiempo. ¿Cómo recibiría un soldado romano esta declaración? ¿Y un soldado moderno? Nos movemos no por una doble moral. No, esta frase es también cliché. Más bien, los cristianos se han acostumbrado a creer que lo que dice Jesús está bien idealmente, que él lo dijo porque era el Hijo de Dios. Dile esto a un policía o a un soldado. El ideal, el altar, las fiestas solemnes que ha sacralizado el occidente culto y secular. Gandhi se codea con Jesús y la Madre Teresa en la escala de héroes de tiros y troyanos. Es correctamente político decir «Gandhi» cuando a uno le preguntan sobre un líder ejemplar. Muy bien. Pero en la vida cotidiana, ¿cuántos trabajan por pacificar? ¿Qué es trabajar por la paz?
Nos movemos nuevamente entre lo interno y lo externo. Y es que no hay opción: así es el cristianismo. Porque, de nuevo, vayamos al interior. La carta de Santiago dirá que es del interior de donde surgen las peleas. El ser humano busca la guerra para satisfacer deseos egoístas. Los que buscan la paz, deberán ponerse al día en su tranquilidad interna para entonces buscar la paz del mundo. Uno puede ganarse la fama del heroíco defensor de los derechos humanos, pero, si en casa es un tirano, si sus hijos temen su llegada, si la esposa tiene marcas de violencia, ¿de qué le sirve su servicio a la humanidad? ¿Se vale sacrificar la vida privada para la defensa de las masas? Jesús no enseñó eso y quizá sea la marca distintiva de los pacificadores cristianos. Predicamos del interior al exterior. Predicamos que para que tu familia, tu comunidad, tu sociedad viva en paz, debes empezar por ti. Ahí donde hay individuos que buscan su paz interior, ahí debería haber armonía. Una sociedad pacífica está compuesta de hombres y mujeres pacíficos.
Paz también tiene que ver con seguridad. Si en el país donde vive se goza de seguridad, uno puede estar en paz. Seguridad tiene que ver con certidumbre, con saber que si camino por las calles a la una de la mañana el único peligro que corro es que tropiece con una pieda que no vea por la oscuridad. Por eso los criminales atentan contra Dios mismo: van en contra de la paz de las personas. Pero también por eso, las fuerzas de seguridad que anteponen el tolete y el miedo a la prevención y el respeto atentan contra la paz. No es con toletes ni con palomas blancas con los que se conseguirá la paz. Esta viene de seguir a Jesús. Sí, otra vez arquean las cejas aquellos que creen que este mensaje es político (y correcto) antes que religioso y espiritual.
No podemos callar el mensaje espiritual que tiene esta bienaventuranza. Su promesa apela más a una sentimiento de seguridad que a una acción consecuente con la característica que se exalta. Los misericordiosos gozarán de misericordia, de los pobres es el Reino de los cielos, pero los pacificadores serán llamados hijos por Dios mismo. ¿Todavía hay duda de la parte eminentemente espiritual de este mensaje? A un ateo le importa un cacahuate que le llamen hijo de Dios. Pero no a un cristiano. Y menos que lo llame Dios mismo. Todos pueden decir que son hijos de un Padre famoso y poderoso, pero la verdadera prueba es que ese Padre los llame Hijos. Aquí se cierra el círculo: Dios aprueba a aquellos que buscan la paz de las personas. No sólo trabajamos para que una persona se sienta bien, lo hacemos porque obedecemos un mandato mayor: amar al prójimo. Y la orden no viene de nuestras tradiciones pacifistas (¿cuáles?) sino del Padre en el que decimos creer.
Todavía no entiendo cómo unir cristianismo con nacionalismo. No entiendo cómo supuestos cristianos pueden unir dos términos tan opuestos entre sí como patria y Dios. ¿Ya escucharon los himnos nacionales? Apelan a la guerra, a la defensa de esa cosa llamada Nación. Eso no enseñó Jesús. Me sorprende que el cristianismo se haya asociado con los peores criminales y guerreros de la historia. Me sorprende que muchos de los ciudadanos de nuestro panteón cultural sean generales, antiguos criminales, personas que no miraban la cruz que traían en alguna parte de su indumentaria para mutilar, herir y asesinar a su prójimo. Lo pienso y me dan náuseas. Sin embargo, no debo ni puedo (ni lo deseo) cargar con las culpas de los supuestos cristianos de toda la historia. ¿Negaré a Cristo a causa del llamado «cristianismo negro»? Cuando oro, ¿debo tener en mente las cruzadas, la inquisición, el asesinato de católicos en Irlanda, de evangélicos en México y los sacerdotes pederastas? No lo puedo hacer. No es el cristianismo quien ha cometido estos y más (y peores) crímenes. Han sido los que se dicen cristianos. Pero ellos no son ahora dichosos. Jesús dice que a ellos el Padre no los llama hijos.
Paz, como fe, es una palabra sin sentido cuando se le quita el componente espiritual. Paz en la Tierra a los hombres de buena voluntad. El mundo sería mejor, creo, si obedeciera a Jesús. Si no el mundo, sí al menos ese veterano movimiento llamado cristianismo.
Interesado en trabajar por la PAZ. Quiero salir de mi estado de confort. Busco a los seguidores de George Fox, pioneros de la Paz. Js_Gaviot@hotmail.com. Quiero ampliar mi visión de la paz y el silencio. Gracias Juan Salvador