Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia; porque de ellos es el reino de los cielos
La octava bienvanturanza se enfoca en los que padecen la persecusión por causa de la justicia. Los primeros que se nos puede venir a la mente son aquellos caidos en el combate contra los malos; las balas que destrozan el rostro y la vida de quienes procuran la paz en este mindo, la sangre fresca de los que en esta hora han dado su último aliento para vencer a los criminales. Puedes estar pensando en los policías y soldados honestos que mueren por la mano asesina de los sicarios. Pareciera que a nuestra sociedad (¿cristiana?) le gusta la sangre de los inocentes.
Ya mencionamos que la justicia a la que se refiere Jesús no es esa de tipo humano que «da a cada quien lo que se merece». Ni siquiera es una del tipo «readaptación social» que algunos países ingenuamente tratan de implementar. Su justicia es aquella que significa obedecer a Dios. La bienaventuranza parece una advertencia: hay personas que se oponen activamente a que otros hagan lo que el Padre quiere.
El verbo ahora es presente: los que ya padecen persecusión son dichosos. No hay mártires por vocación. Los creyentes que han muerto por defender su fe no buscaron el martirio. Así que hay que desconfiar de esos cristianos que van por el mundo provocando su sufrimiento. Hacer lo que es justo tiene, de por sí, su riesgo. Pero ningún seguidor de Jesús busca su muerte. El Maestro mismo, cuyo destino era morir y resucitar, no asuza a la violencia e incluso hay pasajes donde se ve cómo rehusa la confrontación. Y es que ser cristiano, decirlo y vivirlo, confronta.
Todo esto trae de regreso el asunto del sufrimiento. Los críticos dirán que el Dios en el que creemos es un tanto sangriento por permitir esto. Otra vez debemos decir que ese es el gran misterio de nuestra fe. ¿Por qué han de sufrir los que hacen lo justo?