Además, oísteis que fue dicho por los antiguos: No perjurarás; mas cumplirás al Señor tus juramentos. Pero yo os digo: No juréis en ninguna manera; ni por el cielo, porque es el trono de Dios; ni por la tierra, porque es el estrado de sus pies; ni por Jerusalén, porque es la ciudad del gran Rey. Ni por tu cabeza jurarás, porque no puedes hacer blanco o negro un solo cabello. Mas sea vuestro hablar: Sí, sí: No, no; porque lo que es más de esto, de mal procede.
Jesús visita ahora el tercer mandamiento. Ahora se trata de cambiar por completo el concepto de la integridad. Es sentido común, y así lo interpretaron los religiosos de la época, que si uno jura, uno debe cumplir. Sin embargo, el Maestro también deja ver su pragmatismo: ni siquiera jures. El grado de juramentos iba del cielo a la cabeza de uno mismo. Hoy mismo podemos escuchar a algunos que dicen «te juro por mi madre…», «te juro por Dios». ¿No saben lo que están diciendo o se hacen los occisos? Para que no quedara duda, Jesús lo explica claramente. Si uno jura por lo más divino, está poniendo de albacea a un Dios más grande que cualquier promesa superficial. Si lo hace por uno mismo, de poco sirve pues poco control se tiene sobre el destino personal. Así que aquí queda establecida la integridad de un cristiano: ha de cumplir con lo que dice. La sola palabra debiera bastar para respaldar la acción futura de un seguidor de Jesús.
Quizá sea por ese pragmatismo que la sociedad moderna sigue valorando ese «sí» como una parte fundamental de la convivencia social. Sin embargo, hemos atestiguado que el sí o el no de cualquier cristiano parece no valer. Mientras se trate de asuntos superficiales, la promesa de un cristiano sigue teniendo valor. Sin embargo, cuando se trata de dinero, de objetos que involucren cierto grado de riesgo, la palabra ya no tiene sentido. Por eso vemos que los contratos de créditos incluyen castigos severos al que incumple. La desconfianza rige las relaciones comerciales e incluso sentimentales de nuestra convivencia. Es más, que alguien sea calificado de confiado es generalmente un adjetivo negativo. Hemos inventado infinidad de frases que resumen esa desconfianza, pero quizá se resuma en esta: «piensa más y acertarás».
Ya no creemos. El que lo hace es llamado ingenuo. Vamos detrás de las teorías de la conspiración, nos gusta creer que hay mensajes subliminales en cualquier anuncio, cazamos las historias más descabelladas porque las historias oficiales están bajo sospecha. Claro, cualquier pragmático diría que es así como ha progresado la ciencia moderna. Es cierto, pero lo que Jesús está desafiando no es la duda intelectual sino la moral. Uno debe ser congruente e íntegro, no andar con dobleces de ánimo. Bastaría con un sí o un no para tener relaciones sociales saludables. La mentira es el cáncer de la confianza. Un cristiano mentiroso es un ser falso. Hay que reconocer que el cristianismo se ha falsificado por esa incongruencia que campea ufana por iglesias y comunidades religiosas.
Vamos camino arriba con ese mensaje de Jesús. Hemos perdido cientos de años en ocultar la verdad. El sí y el no debe ser la marca de un discípulo de seguidor. El hablador no tiene sitio en el camino del Maestro.
Con respecto al siguiente renglón ‘Hoy mismo podemos escuchar a algunos que dicen “te juro por mi madre…”, “te juro por Dios”. ¿No saben lo que están diciendo o se hacen los occisos?’
Puedo decir que posiblemente la mayoría de los cristianos conocemos este mandato, y debemos ser serveros, rectos y disciplinar de foma amorosa pero firme a aquel hermano o hermana que incumpliese esta parte, porque se supone que como cristianos ya conocemos esta gran verdad.
Pero en lo que respecta a los no creyentes y a los no seguidores de Cristo, puede ser que no conozcan la palabra del señor y es donde nosotros entramos como instrumentos actores del cambio. Enseñando y predicando la palabra del Señor.
Seguidamente y gracias al Señor, encontraremos que al abordar el tema del juramento vano con los no creyentes y no seguidores de Cristo que «algo» en su interior les decía que no jurasen en vano, adjudicado este hecho sin duda alguna a la conciencia, podemos tomar esta ventaja (obviamente puesta por el Señor) y continuar trabajando en el arrepentimiento de este no seguidor de Cristo, sembrando raíces fuertes de convicción.
Sin embargo considero que por la acción de los tiempos actuales, los medios y la vida cotidiana muchos no creyentes o no cristianos, tendrán esta conciencia totalmente acallada por las distracciones mundanas. Y ese hermanos considero es el reto. Ser tan compasivos y pacientes (como lo fueron y lo son, el Señor y Jesús) como para penetrar en esa pétrea conciencia y gota a gota reactivarla, para dar entrada a un verdadero arrepentimiento y a una verdadera salvación.
De acuerdo, Eunice. Nosotros debemos enseñar que jurar no es recto. Pero debemos, al mismo tiempo, cumplir con lo que prometemos. Uno ofende a Dios no sólo jurando sino engañando a nuestro prójimo al decir una cosa y hacer otra.
Saludos.