Por eso, cuando des limosna, no toques trompeta delante de ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para ser alabados por los hombres. En verdad les digo que ya han recibido su recompensa. Pero tú, cuando des limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha, para que tu limosna sea en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.
La Versión Popular traduce: «que ni tu amigo más íntimo se entere». ¿Por qué ayudamos a los necesitados? ¿Para presumir a otros lo bueno que somos? ¿Para que escuchemos los aplausos de amigos? ¿Para limpiar nuestra conciencia? No. El cristiano se da a sí mismo en el secreto de la soledad porque Dios bendecirá sobre todas las cosas. Los seguidores del Maestro debemos huir del aplauso, por muy bien intencionado que este sea.
No cabe duda que ayudar a los pobres es un sello característico de la religión. Si un cristiano lo hace, no hay algo extraordinario en ello. Lo notable es que vencer la tentación del ego y ayudar sin publicarlo, sin tocar la trompeta a los cuatro vientos anunciando lo generosos que somos. La palabra «anónima» debería suceder a «ayuda» cuando ésta es practicada por un cristiano. Esto sí es una ayuda desinteresada, uno que sólo Dios ve.
Jesús toca el tema de las limosnas. La relación con la primera parte de esta instrucción es clara: 1) Bienaventurados los compasivos, 2) Brille su luz delante de los hombres, 3) hazlo en secreto. Ahí está camino que está descubriendo el Mesías. La nueva forma de vivir la piedad está en que los otros vean el poder de Dios pero por medio de hombres humildes que han hecho a Jesús Señor y Mesías.
Aquí está otra vez la trascendencia del mensaje. Si uno de ofrendas para recibir homenajes humanos, lo que quiere, lo que da a entender es que está más preocupado por este mundo que por otro. Otra vez la muerte como frontera y como marca del mensaje cristiana. ¿Para qué acumular premios de papel si a la tumba uno va desnudo? Incluso si llegas a recibir el premio de la fama duradera, ¿para qué sirve? Para ser un muerto insigne.
No vamos por el mudo buscando la fama. Hay veces que esta nos encuentra, pero es circunstancial. El premio por el que suspiramos los seguidores de Jesús está en otra dimensión. El trofeo que importa no lo da ni siquiera la iglesia. La religión puede calmar los remordimientos pero jamás saciará el hombre de Dios, sólo saciada en lo privado.
Hay que dar, ser generosos, pero no hagamos fiestas hedonistas porque nos compadecemos de los más necesitados. Además de una sospechosa hipocresía, estaríamos invirtiendo los principios del Señor. Cuando sólo Dios sepa lo bueno que eres, tendrás pronto un premio con la marca del Creador.