Cuando ustedes oren, no sean como los hipócritas; porque a ellos les gusta ponerse en pie y orar en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos por los hombres. En verdad les digo que ya han recibido su recompensa. «Pero tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cuando hayas cerrado la puerta, ora a tu Padre que está en secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.
Y al orar, no usen ustedes repeticiones sin sentido, como los Gentiles, porque ellos se imaginan que serán oídos por su palabrería. Por tanto, no se hagan semejantes a ellos; porque su Padre sabe lo que ustedes necesitan antes que ustedes lo pidan.
¿Cómo no tener en mente «las repeticiones sin sentido» que escuchamos en los rezos de muchos creyentes de hoy? ¿Es un asunto de liturgia? ¿Y cómo pasar por alto los grupos de cristianos que se reúnen en las esquinas de las calles y oran con visible fervor ante la mirada atónita (o acaso indiferente) de los transeúntes? En lugar de oraciones fervorosas demostramos actitudes arrogantes.
Esta es una de las definiciones más dramáticas de Jesús. La oración constituye el medio por medio del cual el creyente se acerca a su Padre. Es una acción íntima, una relación de reverencia. Uno vacía su mente, su espíritu, su alma con el Señor. En lugar de hablar sobre cuestiones meramente especulativas, Jesús va a lo importante. El intento del Maestro es por desritualizar esa relación entre dos. Basta de largas y monótonas oraciones. Basta de oratoria frente al público. Basta de hipocresía vacía. Lo importante está en lo profundo del ser, en las profundidades de la creación hecha a semejanza del Creador.
No es asunto menor. El discípulo debe poner particular atención a las palabras del Maestro. Desde el momento en que decidimos seguirlo hemos hecho el compromiso implícito de obedecerlo. Y el nos ordena aquí que nos encerremos en casa y que practiquemos esa justicia que, finalmente, es regalo divino. Orar con petulancia es como entrar a un restaurante y escuchar a los comensales escandalosos que presumen de sus logros. Ya tuvieron su premio ante los hombres, pero para Dios no pueden ser más que criaturas vociferantes.
Antes de introducirnos a esa célebre oración que hemos dado por llamar Padre Nuestro, Jesús nos recuerda una verdad básica que, sin embargo, parece pasar inadvertida por muchos creyentes: «Dios sabe tus necesidades incluso antes de que tú se lo digas». Así que, como niños que empiezan a hablar, lo más que debemos tener en cuenta es a quién hablamos: al Padre celestial que, por razones que no nos conciernen, le gusta que sus hijos le hablen, platiquen, le honren, le reclamen. Jesús ha venido a humanizar, a personalizar lo que la religión había contagiado de esclerosis
Y ahora, lector paciente, vamos a tratar de ir por las enseñanzas de una oración que seguramente sabemos de memoria, que quizá no sea nueva, que está en boca de todos. La oración que Jesús enseñó a sus discípulos y que conjunta la preocupación de Jesús por el prójimo y, no olvidarlo, por la relación con Dios.