Ustedes, pues, oren de esta manera: Padre nuestro que estás en los cielos, Santificado sea Tu nombre.
Este es el inicio de la pequeña oración.
Dejemos a un lado las especulaciones su origen y centremos nuestra atención a lo que más importa: la síntesis del caracter cristiano que inicia con una profesión de fe que da cuenta del caracter social del Nuevo Camino. Porque a lado de «Padre» viene un pronombre posesivo en primera persona del plural. Aprecio y respeto a los cristianos que cuando oran dicen «mi Dios». Sin embargo, la enseñanza del Maestro es muy clara: la espiritualidad alcanza su mayor y más acabada expresión en la comunidad. No es mi dios particular, es el Padre universal.
Y el Padre está en el cielo. Es decir, creemos en una verdadera divinidad cuyo plano de realidad es superior a éste. En esa realidad, el Padre es. Recordemos el Génesis: Dios creó los cielos, en plural de nuevo. El Rey del cielo, el Señor de lo espiritual: a ese ser oramos.
Y su nombre es Santo. Para los judíos, el nombre era destino. Así que el nombre de Dios debe ser santificado por sí mismo. Jesús pide a sus seguidores que pidan porque el Padre mismo demuestre su poder a todo el cosmos. La santidad es cualidad de Dios. Él está libre de pecado, él es perfecto. Su nombre es y deberá ser, santificado.