Venga tu reino. Hágase tu voluntad en la tierra, así como en el cielo.
La primera petición, luego de la doxología, es que su reino se haga sentir en la tierra así como ocurre en el cielo. La segunda petición implícita en este corto enunciado es una renuncia al egoísmo del ser humano: primero su voluntad y luego la nuestra. No nosotros sino Él.
Pero hay que ir con cuidado en esta oración. Si pedimos que se haga su voluntad antes que la nuestra, debemos asumir toda las consecuencias de ello. Muchas veces su voluntad y la nuestra no convergen. ¿Estamos dispuestos a ir hacia donde apunta el dedo de Dios cuando nuestros ojos ven para el lado opuesto? Esta es la actitud de un discípulo de Jesús. Significa que él es el Señor en la vida diaria.
No significa que no debamos preguntar el por qué de ciertas situaciones. Esta actitud pasiva ha hecho tanto mal al cristianismo que ahora parece que duda y fe son antónimos. Que se haga su voluntad no significa que perdemos el derecho de preguntarnos por qué ocurren las cosas así. De hecho, cuando nuestros deseos chocan con los de Dios, deberíamos preguntar ¿qué querrá el Padre que aprenda de esta decisión? ¿Dónde está la lección en este asunto?
Así que este enunciado nos enseña a ser obedientes y buscar que la voluntad de nuestro Padre se haga realidad en este mundo. Esta debiera ser la actitud típica del seguidor de Jesús. Por eso, porque confiamos que Dios tiene la capacidad de tomar las mejores decisiones, vivimos en una tranquilidad de espíritu que muchos no creyentes no tienen. Si es de Dios, la voluntad y sus consecuencias son mejores que las mías.