El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy.
«De cada día»: nos dicen que es una expresión extraña que puede ser traducida de diversas maneras, una de ellas podría ser «necesario». Cuántas referencias y reflexiones saldrían de este pequeñísimo versículo. Podríamos empezar, de nuevo, con el pronombre posesivo en primera persona del plural. La petición es colectiva. Es el pan que todos nosotros necesitamos y por el que pedimos. No es un asunto egoísta. No se pide por «mi» pan. El Maestro enseñó a pedir también por el prójimo. Qué contradictorio habría sido enseñar a respetar al otro y luego orar sólo por las necesidades egoístas del creyente. Si hay que pedir, pidamos también por los compañeros de ruta.
¿A qué se refiere Jesús con el pan? Si predica a un Dios generosos, ¿por qué no pedir por un banquete? Jesús tenía claro que sus seguidores podrían confundir la generosidad del Padre con los intereses personales. No creemos en un evangelio de la prosperidad. Creemos en el evangelio de lo necesario. Como en el pasaje del maná: nadie podía llevarse a casa para sus bodegas. Pero tampoco quedarían con hambre. Ahora bien, si la referencia sólo fuese del alimento físico, ¿no estaríamos pensando en un Rabí del estómago? No. El hombre también hay hambre de Dios. Cuando Jesús enseña a orar por el pan de cada día, también está diciendo que busquemos ser satisfechos en esa necesidad ontológica que no se llena en los restaurantes más caros, sino en la intimidad del cuarto, cuando el creyente une sus manos, cierra los ojos y mueve sus labios y con ello el universo entero tiene sentido.
«Hoy». Más adelante dirá que cada día tiene sus propios problemas. La comida espiritual debe probarse cada día. El discípulo tendrá que pedir por el hoy. Somos peregrinos que tenemos la mirada puesta en el cielo. Pero vivimos aquí y ahora. Hoy. Ese es el tiempo donde se dice el «Padre nuestro».