La promesa de la providencia

Por tanto os digo: No os afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer, o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir. ¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en alfolíes; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No sois vosotros mucho mejores que ellas? ¿Y quién de vosotros podrá, por mucho que se afane, añadir a su estatura un codo? Y por el vestido, ¿por qué os afanáis? Considerad los lirios del campo, cómo crecen; no trabajan ni hilan; pero os digo, que ni aun Salomón con toda su gloria se vistió como uno de ellos. Y si a la hierba del campo que hoy es, y mañana es echada en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más por vosotros, hombres de poca fe? Por tanto, no os afanéis, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos? Porque los gentiles buscan todas estas cosas; mas vuestro Padre celestial sabe que de todas estas cosas tenéis necesidad. Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas. Así que, no os afanéis por el mañana, que el mañana traerá su afán. Bástele al día su propio mal.

Seguimos con el juego de dualidades y con declaraciones evidentes. Jesús menciona aquí comida y vestido, aves y lirios, hoy y mañana, reino y justicia. Y también: las aves que no trabajan y comen, los lirios no se afanan y se visten mejor que Salomón, nosotros valemos más que ellos y, al fin, por muy ansiosos que estemos, ¿servirá de algo al final de nuestras vidas? Otra vez, la música de fondo de todo el mensaje es la muerte. Acaso lo sea de toda la cristiandad.

Estas palabras son promesas de esperanza y de confianza total en el Señor. Como cuando hablamos de los que sufren, aquí podríamos decir que sí a todo si vivimos cómodamente. Que tú, querido lector, estés leyendo estas líneas, indica que tienes ciertos privilegios que otros no tienen. Y cuando los pobres son cristianos, ¿qué les diremos? ¿que no se preocupen porque hay un Padre esperándolos en el otro mundo? Esto sería una burla no sólo a la dignidad de ellos sino también un atentado en contra del mismo evangelio. No es esta una receta para regañar a los necesitados porque no «ponen toda su atención en el Reino de los cielos». Porque, aunque parezca sorprendente, he sido testigo de llamadas de atención a los desempleados porque «no le echan ganas». Es más, yo mismo he interpretado esta escritura en un sentido de prosperidad, lo que no significa más que creen en una herejía: no es este el camino de la riqueza.

Pero tampoco estamos frente a la desatención de este mundo. No falta quien diga: el nazareno está diciéndonos vuélvanse animales o vegetales, ya Dios dirá. Este tipo de crítica no toma en cuenta que para seguir a Jesús se necesita una disposición del alma y de la mente que trasciende lo material. Ni los animales ni las plantas pueden buscar a Dios porque son en sí mismas manifestaciones de su Reino. Dios proveerá, respondió Abraham a su hijo cuando lo llevaba a sacrificar. Pero esto es más que una receta para la mendicidad material gracias a la riqueza religiosa.

Si este no es el camino de la riqueza ni de la mediocridad, ¿qué proclama Jesús? Otra vez, la clave está en dos palabras: Reino y Justicia. Ahí está donde debemos poner nuestra todos los que nos decimos sus seguidores. Hace un tiempo pregunté a un grupo de hermanos que se sentían ansiosos por su falta de crecimiento material: ¿qué es el reino y qué la justicia del Señor? Algunos respondieron que la iglesia, otros que cumplir todos los mandamientos, uno más dijo no saber. Yo mismo tuve que preguntarme eso. Vamos por el mundo con nuestra gorra cristiana y no sabemos ni siquiera las características del Reino al que decimos pertenecer. La ignorancia es herramienta del diablo. Así que no conocer cuál es la justicia de la que habla Jesús es poco menos que peligroso. Porque, ¿cómo vivir en un lugar cuando nos sabemos las reglas de éste? La ignorancia no nos exime de pagar las consecuencias de violar leyes.

El reino de Dios es más que la iglesia. Y su justicia es más que cumplir con la ortodoxia. Con estas palabras, Jesús cierra la parte de la piedad. Ya habló sobre las limosnas, la oración y el ayuno; antes previno del peligro de perseguir las riquezas de este mundo. La conclusión lógica del sermón es esta: buscar la verdadera justicia sin morir en el intento. Y la justicia, recordemos, es ser llamados inocentes frente a Dios. Esa parte se completará con la Pascua. Pero incluso si perdiéramos de vista el sacrificio vicario de Cristo (que Dios nos perdone), sus enseñanzas aquí involucran la humildad y la fe; es decir, el despojo de todo lo que nos da seguridad y el arrojo a ese abismo que es creer en un ser que no vemos y del que sólo conocemos sus promesas.

Estas son palabras de esperanza y de arrojo. Hay que dejarse cautivar por la aventura de la fe. Hay que decir con fuerza a los esclavos de las riquezas que el Señor del amor alimenta y viste no con las mejores telas o manjares de esta tierra sino con el pan que es su Hijo y la indumentaria de la salvación; que el hambre de dinero no se sacia sino con la muerte pero la sed de Dios rebasa la tumba. Como las aves y los lirios, somos parte de un Reino cuyo soberano no deja morir a sus súbditos. El único requisito es que demos todo de nosotros en su Reino y en su justicia.

El último versículo es de una sencillez que desarma cualquier argumento complicado y enrevesado: «Bástele al día su propio mal». Sí, el Maestro usa la palabra «mal». Y es que, evidentemente, el cristiano debe luchar contra el mal de hoy. El mañana sigue siendo la parte más riesgosa, la que no podemos controlar por más que nos afanemos. Vivamos en el hoy, el día de la promesa de la Salvación.

 

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