Mateo 8:1-4
El Maestro termina de dar el discurso más importante y baja. ¿Cuánta gente de la que estaba ahí había entendido la trascendencia de lo que acababa de decir? ¿Entendían la trascendencia del acto del que acababan de ser testigos? No lo sabremos pero ciertamente lo primero que escucha Jesús al bajar de ese monte fue una petición de ayuda. Un leproso, que es como decir un apestado, se acerca y de rodillas le pide la limpieza de su carne. Escuchemos las palabras con las que pide al Rabí: «si quieres, puedes limpiarme». Acaso los enfermos tenían más entendimiento de la persona que acababa de predicar. Porque lo que estaba diciendo es que Jesús tenía el poder de salvar. Recordemos que la sabiduría popula de la época dictaba que un enfermo estaba pagando por un pecado. Así que el hombre arrodillado ahí identifica la capacidad de Jesús de perdonar pecados. La respuesta del Maestro es inmediata y de una vehemencia notable: toma la mano (¡horror!), afirma que quiere y el milagro sucede. Entonces Jesús manda a callar al sanado y le ordena presentar la ofrenda que la Ley de Moisés manda.
A partir de este pasaje, el evangelio presentará estos milagros para poner de manifiesto el poder del Mesías. Mateo nos quiere transmitir que el verdadero Reino de los cielos ya estaba aquí, que las profecías de los antiguos hebreos se estaban cumpliendo en la persona de Jesús. Por esta razón y no por un prurito secular, podríamos llamar a estos sucesos milagrosos como «signos». Jesús da signos de que Él es el Ungido. No quiere hacer un espectáculo de su poder, pero sí una demostración palpable de que el Reino que anuncia no sólo es de bonitas palabras sino de hechos. En este pasaje, el signo de la salud quiere decir que también devuelve al hombre a la vida normal. El Mesías vino a dar salud espiritual y social. He aquí la importancia de este signo.
No vemos, pues, en estos aconticimientos, una descripción histórica acusiosa de eventos sobrenaturales. No es la intención de Jesús que sus seguidores crean sólo por los milagros. Nunca hizo de éstos su forma de demostrar su naturaleza divina. Claro que fueron los más espectaculares y acaso los que registra el escritor bíblico. Pero el Maestro acaba de terminar un discurso donde enfatiza las relaciones con el prójimo. Así que otro signo del mesianismo de Jesús seguramente era su caracter, la forma en la que trataba a las personas, su trato con los discípulos. Debía demostrar que tenía poder y por eso sanó. Pero también debía demostrar que tenía carácter y por eso se dejó rodear de seres humanos comunes y corrientes. El milagro mayor, como diría en Juan, es que el verbo se hizo carne y vivió entre nosotros.