Ciegos, endemoniados, evangelización

Mateo 9: 27-38

Lo que sigue es natural y evidente: todo enfermo que ha escuchado de Jesús quiere acercársele. Toca el turno de dos ciegos. La Escritura no dice a casa de quién entró Jesús pero sí que este par como pudo llegó cerca del Maestro. Y otra vez la pregunta recurrente: «¿creen que puedo hacerlo?». Aquí aparecen los primeros que tratan a Jesús con títulos mesiánicos. Las acciones que se relatan aquí tienen un componente curioso. El evangelio de Juan dice que el amor consiste en obedecer. Aquí ocurre el milagro luego de ese primer «sí, Señor» que aparece en el Evangelio, pero la orden estricta es que no divulguen el hecho. Y los ciegos, en un acceso de euforia (¿quién podría callar la salud recobrada?), lo anuncian por toda esa tierra. ¿Cómo juzgar a los ciegos desobedientes? Primero fueron los pioneros en llamar Jesús Señor y Mesías y luego se convirtieron en los desobedientes. No hay, sin embargo, ningún reproche, ninguna condenación. La fe es más grande que la desobediencia.

La casa aquella parece hospital general. Después de los ciegos parlanchines, llega un mudo. De nuevo está la relación entre endemoniados y enfermos. Ya en este punto, la fama de Jesús ha llegado a tal punto que la gente sorprendida llega a la conclusión de que «no se ha visto jamás cosa igual a Israel». Y entonces, junto a la fama, llega el enfrentamiento con los principales religiosos quienes lo equiparan con ¡el príncipe de los demonios! Vaya conclusión. Vaya error. Una verdadera difamación. Pero es típico de una sociedad demonizar a los visionarios. Aquellos que quieren dar un paso al frente tendrán que enfrentar las críticas de los que se sienten amenazados. Los humanos tememos a lo desconocido, a lo incierto. Jesús representaba una amenaza a la sociedad de su época. Lo natural es reverenciar u odiar. Cada quien decide qué hará. Es claro que una parte de los fariseos tomó su decisión.

Y luego de todo esto, el Maestro continúa su viaje misionero. Entonces aparecen esas palabras que encierran una actitud frente a la vida: Jesús tuvo compasión. En lugar de expresar el cansancio normal de una jornada observa a las multitudes «angustiadas y abatidas». Se dirige a sus discípulos para anotar la necesidad de obreros. La cosecha hoy en día sigue siendo mucha. Siguen existiendo esas multitudes sumidas en la angustia existencial, en el abatimiento, en la confusión, en ese estado del alma que no puede responder la pregunta que todo ser humano se hace un día: «¿quién soy?».

 

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