Experimento sobre fe y sufrimiento

Desde Cambridge y Oxford científicos nos vienen a decir algo que a los creyentes se nos hacía evidente. Si uno de nuestros queridos lectores tiene más conocimiento científico, que nos platique las sutilezas del experimento.

La fe atenúa el dolorEn los devotos se activa una zona cerebral que mitiga malas experiencias. Según científicos, el efecto analgésico también se puede lograr por otras vías.

Dicen que la fe mueve montañas. Después de ver procesiones de Semana Santa, personas que caminan sobre carbones ardientes, creyentes que se flagelan en un estado casi extático, parecía haber una conexión entre la religiosidad profunda y la capacidad para soportar dolor intenso. Pero ahora los científicos tienen pruebas bien documentadas de que la fe en efecto puede mitigar el impacto del dolor.

Un experimento ejecutado por un grupo multidisciplinario combinó dos pinturas con un aparato para dar choques eléctricos y un escáner de resonancia magnética funcional para registrar la actividad cerebral en vivo.

Los investigadores, entre los cuales hay científicos, filósofos y psicólogos de las universidades británicas de Oxford y Cambridge, querían explorar el fenómeno de que las experiencias religiosas intensas producen alteraciones en la percepción del dolor; en otras palabras, querían saber lo que ocurre cuando una persona muy devota experimenta dolor.

Los resultados del estudio aparecerán en la siguiente edición de la revista Pain («Dolor»), y evidencian por primera vez que las citadas alteraciones en cómo se percibe el dolor implican la activación de una zona muy específica del cerebro.

Esta zona se llama corteza prefrontal ventrolateral derecha, o VLPFC por sus iniciales en inglés, y es un área que se sabía tiene relación con la atenuación cognitiva del dolor, con lo que podría llamarse una revaloración del significado emocional de una experiencia.

¿Cuándo actúa esta zona? Cuando una persona experimenta vivencias de fuerte carga emocional. Imaginemos que alguien presencia un crimen muy violento; la VLPFC toma la experiencia y le embota las aristas, por así decirlo, de modo que en vez de ser algo absolutamente negativo, se percibe como un evento neutral y en algunos casos hasta positivo. Esto permite que esa persona pueda funcionar aunque sea con dificultades después de la experiencia traumática.

Katja Wiech, Miguel Farias, Irene Tracey y otros compañeros de los departamentos de Anestesia, Neurología Clínica, Teología, Ética y Filosofía de la Universidad de Oxford, y del Grupo de Investigación en Psicología y Religión de la Universidad de Cambridge, reclutaron a 24 voluntarios muy específicos con edades de 19 a 34 años.

Doce de ellos eran católicos practicantes; eran creyentes muy activos:iban a misa al menos una vez por semana, rezaban todos los días y se confesaban regularmente. Los otros 12 eran agnósticos o ateos.

Los investigadores pusieron a cada voluntario dentro de un escáner de resonancia magnética funcional para detectar la activación de diferentes zonas cerebrales.

Cada voluntario primero pasó 30 segundos observando la imagen de una mujer. Luego, con la imagen todavía en pantalla, recibió durante 12 segundos 20 pulsos eléctricos breves en el dorso de la mano izquierda (previamente se había determinado para cada uno la intensidad requerida para producir un dolor moderado).

Se pidió a los voluntarios catalogar la intensidad del dolor que experimentaron en una escala de cero a 100, y además comentar acerca de las imágenes.

Éstas eran pinturas relativamente parecidas: la primera era la Dama con armiño pintada por Leonardo da Vinci entre 1488 y 1490. La segunda era la Virgen María pintada por Giovanni Battista Salvi, il Sassoferrato, en el siglo XVII, y bautizada como Vergine annunciate.

Los resultados fueron de lo más interesante. Tanto creyentes como agnósticos reportaron niveles de dolor muy similares cuando los choques se dieron tras ver la pintura de Leonardo. Pero cuando la electricidad se les aplicó después de ver la imagen de la Virgen, los resultados cambiaron: en promedio, los creyentes reportaron niveles de dolor 12 por ciento inferiores a los que advirtieron los ateos.

En sus comentarios sobre las imágenes, los voluntarios creyentes prefirieron la de la Virgen María, mientras que los no creyentes, además de preferir la dama de Leonardo, expresaron sentimientos negativos hacia la otra imagen.

Una primera conclusión fue entonces que los cambios en la percepción del dolor no se debieron simplemente a la preferencia de una imagen sobre otra. Así lo demuestra el hecho de que los agnósticos, aunque prefirieron la imagen de la Dama del armiño, calificaron el dolor en el mismo nivel que cuando vieron a la Virgen María. En otras palabras, si los creyentes dijeron sentir menos dolor, no fue por la estética de la imagen sino por su carga religiosa.

Ahora: ¿hubo algo más que la simple percepción subjetiva de los voluntarios? Sí. Al compararse las exploraciones cerebrales de los dos grupos, se encontró que en los creyentes, después de ver a la Virgen, se activó la región VLPFC. En los ateos y agnósticos esta región nunca se activó. En cambio, en todos los voluntarios se activó el striatum, una zona relacionada con la percepción de dolor.

Katja Weich explicó los resultados diciendo que «los católicos fueron capaces de activar un mecanismo cerebral que sabemos está involucrado en la analgesia y la supresión emocional. Esta zona ayuda a la gente a reinterpretar el dolor y a hacerlo menos amenazante. Es decir, los católicos se sentían seguros al mirar a la virgen María, se sentían cuidados».

Para los investigadores, el efecto analgésico no se debe en el fondo a la religión católica en particular; se trataría de un estado mental al que pueden asspirar todas las personas. La meditación y otras prácticas orientales tienen también efectos equivalentes.

Se espera que el estudio ayude a los investigadores a entender mejor cómo soportamos el dolor y a desarrollar terapias nuevas y más efectivas para los millones de personas que pasan sus vidas hundidas en el dolor crónico.

Ideas complementarias

Las creencias religiosas representan sólo una entre varias formas de revalorar el significado del dolor, dice el psicólogo Tor Wager, especialista en neurociencias cognitivas de la Universidad de Columbia. Pruebas recientes confirman que los tratamientos con placebo, cuando tienen éxito, activan precisamente la zona cerebral que detectó el equipo de Wiech.

«Cualquiera puede crear nuevos significados positivos para eventos adversos», apuntó. «Pero tienen que hallar ideas o interpretaciones en las que verdaderamente creen».

Matthew Lieberman, de la Universidad de California en Los Ángeles, dice que es preciso hacer más investigación para ver la causa del alivio al dolor: ¿es porque la imagen distrae su atención o porque las imágenes hacen nacer sentimientos religiosos? «Los aficionados a los autos que vieran fotos de autos reportarían menos dolor para el primer caso, pero no para el segundo», dijo.

Fuente: Milenio

Monterrey. Horacio Salazar

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