El mundo se prepara para recibir una de las crisis más anunciadas de los últimos años. Por aquí y por allá escuchamos noticias de caídas, de temblores, de explosiones. Los nubarrones se ven amenazantes. Pero a Jesús le prometimos ser fieles en la prosperidad y en la adversidad.
Este año, casi seguro, miles querrán conocer al Dios que parece lejano en la tormenta pero que en realidad está más cerca de lo que pensamos. Almas sedientas y hambrientas de llenar un vacío que engañosamente cubrieron en la abundancia. ¿Qué les diremos? ¿Les hablaremos bonito o les proclamaremos el evangelio cristiano?
Les diremos que el Maestro no ofrece un calmente, una píldora que se toma en caso de necesidad. Les diremos que ese Maestro pide todo de nosotros y que promete vida eterna. Les recordaremos que en la tumba todos somos iguales y que a los cristianos no nos intimida la idea de morir no por ser suicidas o deprimidos sino porque la muerte es la santificación, el encuentro con el Padre. Todo eso y más habremos de predicar este año. Y quizá lo hagamos mientras recitamos el Padre Nuestro o aquel Salmo que tiene de número 23 y que empieza así:
Jehová es mi pastor
nada me faltará...
Bendiciones, queridos lectores, y nos vemos mañana en la batalla.