La segunda señal

Juan 4:43-54

«Nadie es profeta en su propia tierra»… Hasta que otros le llaman profeta. Jesús lo comprendió desde el principio. Y así lo transmitió a sus seguidores. Sin embargo, regresó y volvió a realizar una señal. En Caná había reñido con María, su madre y ahora lo recibe un funcionario, de otro pueblo de la Galilea, Cafernaúm, que le pide su ayuda. La respuesta del Maestro fue severísima: ustedes sólo quieren el espectáculo. La relación de Jesús con su pueblo era, por decir lo mínimo, conflictiva.

Pero el Rabí estaba por sobre las diferencias pueblerinas. La luz se encontraba en Galilea pero las sombras del sufrimiento también. Y las críticas para un paisano, para el hijo de José y de María, todavía estaban frescas. La desesperación del oficial y la compasión de Jesús fueron mayores a los chismes y al recelo. Uno súplica, el otro escucha; uno dice que el milagro está hecho y el otro cree. La señal se consuma: el hijo recobra la salud.

Hay veces que los creyentes se olvidan de su principal característica: creer. Y entonces inician pequeñas, absurdas e inútiles guerras. Cuando llegan los necesitados, los hijos de la luz están ocupados en tratar de apagar lumbreras. La oscuridad gana cuando los seguidores de Jesús no perdonan, cuando no salen, cuando se guardan en cajones.

Jesús dice que nadie es profeta en su propia tierra. Pero añade: «¿y qué? Yo vine a sanar». Y nosotros debemos seguirlo.

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