He aquí una Escritura que se ha convertido ya en lugar común: «la verdad los hará libres». Así es citada por propios y extraños. La usan los más piadosos y los de moral dudosa. Es, como el Quijote, una de esas frases que, sin leer una sola página, muchos dicen conocer. Debemos irnos con cuidado con aquellos bien intencionados que la blanden ante la menor provocación. El gran peligro de citar sin contexto es perder el significado del enunciado.
Concedido: la verdad libera. Pero debemos preguntarnos de qué verdad y de qué tipo de libertad está hablando Jesús. Y aquí es donde el versículo cobra mayor relevancia. Quizá debemos mirar unos versículos más adelante: el 36 dice claramente que el Hijo libera. Cuando los aludidos preguntan de qué, Jesús responde que del pecado, de esas acciones que alejan al hombre de la espiritualidad, eso que, paradójicamente, encadena al ser humano a este mundo. Si juntamos ambas partes, tenemos un mejor significado de lo que dice el Rabí: Él, Jesús de Nazareth, es la verdad, concepto no abstracto, no filosófico, ni siquiera teológico. Es ese ser, Jesús, la verdad de Dios. Quien lo conoce puede sentirse seguro de que sus ataduras espirituales (quizá carnales) serán destruidas. A los que quieren ver a un Jesús político habrá que decirles que se equivocan: lo que el Maestro enseña es una libertad espiritual que, vaya contradicción, atará al ser humano con Dios. No es una libertad política ni tampoco una verdad teórica. No se trata, como algunos quieren, de ser francos y decir «verdades», lo opuesto a la mentira. Por el contrario, Jesús se presenta a sí mismo como la verdad revelada de Dios a la humanidad. Podríamos replantear la frase y decir que Jesús rompe el yugo de la maldad humana y, por añadidura, regala una vida después de la muerte.
Es eso lo que debemos entender de este versículo. Que haya sido interpretada como premonición del liberalismo y de la ciencia no es culpa del evangelista. Más aún. El pasaje vuelve a enfatizar el grado de compromiso que parece más bien antipático en Jesús. Las primera frase es condicional: si se mantienen fieles a mi palabra. En otras palabras, sólo la fidelidad absoluta al Maestro traerá como consecuencia conocerlo realmente. Cualquier tipo de infidelidad provocará el fracaso en eso de querer ser libres. Todavía hay una frase que continúa de ese primer condicional: serán mis discípulos de verdad, no sólo de dientes para afuera, no sólo en una iglesia cantando bonito y abrazando con cariño al hermano. Es afuera cuando uno demuestra si realmente camina con el Maestro o si sigue en los pasos egoístas.
Por si fuera poco, la reacción de aquellos que ya habían empezado a seguirlo también nos da enseñanza. Cuando Jesús toca uno de los puntos más sensibles, el de la pertenencia al pueblo elegido, ellos reaccionan con furia y arrogancia. Así es este Rabí, parece hacer todo para que no lo sigan, cuando todo parece que va a provocar una adhesión automática, Él se encarga de aumentar el compromiso. Y, regularmente, sus auditorios terminan yéndose. Aquí, el discurso de Jesús hace que se defiendan con un cliché: «no hemos nacido de fornicación sino de Dios»; curiosa respuesta que hoy seguimos escuchando de muchos: no soy tan malo, el otro es peor, esto lo debe escuchar mi tía, mi vecino. Nos gusta escabullirnos, transferir culpas, cualquier cosa para no reconocer nuestros fracasos. Pero Jesús está hablando a ese yo egoísta, por eso duele tanto.
Ahora, cuando citemos esa frase, pensemos que verdad equivale a Jesús y que libertad equivale a ser espiritual. Todo lo demás suena bonito pero no tiene el mismo sentido que Jesús le dio.