¿Qué haremos? Jesús nos está comiendo el mandado, nos quita el lugar, los romanos vienen y nos destruyen. Ahora los fariseos muestran una preocupación que rebasa ya los límites de la contención. Quizá se dieron cuenta de la repercusiones de eso que a sus ojos ya era una revuelta y el peligro de ello frente al imperio romano. Y entonces, Caifás, pragmático, da el último y más contundente argumento para detener a Jesús: mejor sobrevivir que morir por un terco carpintero venido a más, mejor sacrificar una vida que todo un pueblo. El escritor se encarga de aclararnos que eso era una profecía, sin embargo, podemos decir que es una interpretación posterior. En el momento, el Sanedrín había dictado sentencia.
Mientras tanto, Jesús, con todo esa persecución, luego del gran milagro, huye rumbo a Efraín. En Jerusalén se acerca la Pascua y la expectativa sobre la participación en la gran fiesta van en aumento. El Maestro tenía las horas contadas. Poco disfrutó del encuentro con sus amigos. Volvía a ser perseguido. Podemos preguntarnos en qué pensaban sus seguidores de su nueva acelerada vida. La vida del cristiano se estaba definiendo desde entonces. La sociedad es capaz de asesinar antes que claudicar. No importa qué se diga o qué se haga. El aplauso generalizado está vetado para aquellos que deciden seguir a Jesús. El milagro de la resurrección acababa de ocurrir y ya estaban escapando. No era ciertamente una vida cómoda. Pero seguían al Mesías. Eso, al parecer, no estaba ya en duda.
¿Qué espera al cristiano, pues? En un mismo capítulo vamos de huida en huida. El capítulo de Lázaro parece una tregua que termina cuando los líderes ven que les están comiendo el mandado. Al creyente le espera una vida transformada, un renacimiento, señales espectaculares y, también, conspiraciones, chismes, malos entendidos. Muchos Caifás modernos seguirán prefiriendo el sacrificio de uno y no la destrucción de muchos. Claro, siempre según la visión del establishment. El mundo parece ser el lugar más hostil de los verdaderos grandes hombres.