Jesús ungido

Juan 12:1-11

Jesús regresa a Betania, invitado a una cena en su honor, preparada por la familia de Lázaro. Otra vez, la figura de María sobresale incluso por la del que «había estado muerto». Ya se ve que Marta era la encargada de la casa, la hacendosa, la típica anfitriona que se esmera por atender de la mejor manera a sus invitados. Y María era la joven fascinada por el Maestro. En una escena conmovedora, abre un perfume caro, y lo unta en los pies del Rabí y lo limpia con sus cabellos. Una escena de amor, de admiración, de reverencia por el hombre que había regresado a su hermano a este mundo. Judas hace un cálculo rápido y crítica con acidez a la mujer: si lo hubieras vendido habría sido de mayor utilidad. Pero el Maestro lo detiene: a los pobres los seguirán teniendo, pero a mí no. Aquí está la primera vez que habla explícitamente de su muerte. El escritor nos regala la imagen de un hombre que ya no puede ser sino público. O de dos hombres. Ahora Lázaro estará atado por siempre a Jesús. Su nueva vida será la demostración más clara de quién es Jesús. Es un milagro viviente. Y, por lo tanto, también una amenaza al establishment. Ahora no sólo quieren prender al galileo, también Lázaro está en la lista de los hombres peligrosos.

Muchas cosas nos sugiere este pasaje. Primero, la suspicacia sobre la relación de Jesús y María. ¿Hay indicios de un romance? ¿Debemos creer las incontables historias que circulan sobre María y su papel en esos primeros años del movimiento cristiano? queda clara que hay una relación estrecha entre Jesús y María. Queda claro que ella lo ama y lo admira. Pero de ahí a decir que ellos dos fueron una pareja hay, al menos, cierta distancia. Pero entonces como hoy, los hombres públicos despiden un halo extraño que atrae a los fantasiosos de siempre. Los paparazzis de entonces bien pudieron armar toda una historia sobre algo que quizá sólo fue una relación de amigos. Sin embargo, los seguidores de las teorías de la conspiración tendrán aquí un eterno tema para explotar. Allá ellos.

Vemos a Judas, el impopular tesorero, acaso calumniado. A posteriori, el apóstol sería el culpable de todo el mal. Pero podemos creer en sus intenciones. Tenía razón: ese perfume valía mucho y aunque María adoraba a Jesús, ese dinero podría haber satisfecho el hambre de más de un pobre. Pero el Maestro da una enseñanza que sorprendentemente no permeó lo suficiente. En el fondo, Jesús concede ciertas comodidades. A diferencia de Juan, no es un Maestro de alimentación y hábitos frugales. ¡Cuántos cristianos creen que entren más dolor más devoción! Este pasaje indica todo lo contrario. Ser cristiano y gozar de momentos de tranquilidad no están peleados. Aquí Judas quiso pasar por compasivo y sólo demostró su egoísmo y frialdad (¿sus celos?).

Ahí está Jesús, ya en sus últimos momentos, despidiéndose. Ha elegido a Lázaro, Marta y María como última parada antes del drama final. María lo unge quizá para poner de manifiesto el carácter del Maestro: es un verdadero Ungido, es decir, el Cristo. Y María, una mujer, realiza el rito en una casa perdida en Jerusalén. La última Pascua estaba por iniciar y pronto veremos al Ungido entrar a Jerusalén.

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