La semilla debe morir

Juan 12:20-26

Acá llegan «los griegos». Acaso el otro rebaño al que antes se refirió. Piden hablar con Jesús y Él les da un discurso a sus discípulos, Andrés y Felipe, de quien aquellos eran vecinos. Y el discurso es el último antes de la última jornada. El inicio es típico en este evangelio: «la hora ha llegado». El «Hijo del hombre» será glorificado. Quizá ni Andrés ni Felipe ni los griegos entendieron la metáfora de la semilla que muere para dar vida. Es decir, siendo conocedores del campo, sí que sabían de qué hablaba el Maestro pero, ¿qué tenía que ver eso con todo lo que acababan de ver? ¿Estaba sugiriendo Jesús que renunciaran a los placeres carnales para ir al cielo? Acaso sólo entendieron aquello de seguirlo. Ahí donde Jesús está, también deberá hacer acto de presencia sus discípulos. Y quien lo sirve, será honrado por su Padre. Claro, se trataba de una gran y atractiva oferta. Pero, ¿qué era todo eso de morir, de renunciar a esta tierra?

La promesa de Jesús es que aquellos que lo siguen tendrán en el otro mundo un mejor lugar. Seguirlo no implica vida cómoda pero tampoco un viacrucis diario. El énfasis está en las prioridades del seguidor. Si uno se aferra a este mundo, el otro no tiene entrada. No puede haber dos mundos, dos amos a quien seguir. Al final se queda mal con uno. Cuando Jesús dice que uno debe morir para encontrar a la vida no sólo se refiere al renacimiento espiritual sino también al que sucede después de que el creyente muere y, además, a lo que él mismo va a pasar. Para ser cristiano, para ser un seguidor de Jesús, recordemos las palabras a Nicodemo, uno debe renunciar al yo, al egoísmo consumista que, de cualquier manera, no cubre la sed existencial. Esta sólo será cubierta al seguir al Maestro.

En cuanto al tema de la muerte, el creyente morirá y en esa muerte está la santificación. Deberá morir para ir al encuentro del Padre. Esto no podría ocurrir sino con la fidelidad al Rabí. Ninguna herramienta humana garantiza el acceso a ese otro mundo que aparece cuando uno deja este planeta. Y, finalmente, Jesús habla de su propia muerte. Deberá padecer ese proceso humano para demostrar que Él no es de este mundo, que puede vencer a la muerte y que en ese proceso, se convierte en el nuevo primer hombre, en el Adán actual. Pero esto es ya de Pablo y no de Juan.

Nosotros, como los griegos, nos maravillamos de sus palabras e intuimos que algo grande hay detrás de estas: el Padre honrará a los sirvientes de su Hijo.

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