El camino, la verdad y la vida

Juan 14:1-14

Para que Jesús viva hoy, dos mil años después, tenía que haber muerto. Este es un mensaje de esperanza. El Maestro, en su papel de Salvador, anuncia lo que habrá de venir. Él va a preparar una morada para que, cuando regrese, vayamos con Él. Si somos en Él, Él será en nosotros. Jesús está revelando su divinidad, está profetizando. Siendo el camino, la verdad y la vida, todos los que lo acepten como su Salvador tendrán acceso a su Padre. Vuelve a enfatizar su naturaleza: Jesús es Dios mismo, Él está en el Padre y viceversa. Las obras que hace como ser humano provienen de Dios, son señales, demostraciones de la naturaleza divina. Cuando uno mira al Maestro, mira al mismo tiempo al Padre.

El camino: si quieres ir con el Padre, sigue a Jesús. Si quieres conocer la verdad, ten una cita con el Rabí. Si quieres tener vida eterna, obedece al Maestro. Jesús es la verdad. Una e indivisible. No es una verdad abstracta. No es un camino terrenal. No es la vida en el cuerpo material. Repitámoslo: ¡Jesús es el mensaje! ¿Y no es esto una forma de decir que Dios es la medida exacta para el ser humano? Fuera máscaras. Aquí Jesús está diciendo también lo que no es: un maestro de la moral y la ética, un revolucionario, un negociante de la fe. Cualquiera lo puede confundir. Pero Él lo dice para que no quede duda: su mensaje se escucha aquí, pero se goza y se cumple en otra vida. La Salvación no pertenece a este mundo. Aquel que decide seguir a Jesús tendrá la esperanza y la fe de seguir la verdad, esa que desciende directamente del Creador y que regresa a Él.

Así que el mensaje, el evangelio se resume en Dios. Eso vino a mostrar Jesús. Así se infiere de la respuesta a Felipe: «¿quieren ver a Dios? Aquí está: soy yo». Curioso: «si no quieren creer lo que digo, crean por lo que hago». Pero la cosa no queda ahí. Los cristianos se han obsesionado por demostrar su fe. Lo hacen con apologías más o menos históricas. Es el método preferido para convertir incrédulos. Como si poniéndose a su nivel pudieran ganarlos para la causa de Jesús. Pero el Maestro dice algo más: «quien está conmigo hará cosas mayores a las que yo hice». Sí, no es con textos, descubrimientos y piedras con los que se gana en la batalla. La verdadera prueba de la veracidad del mensaje es la vida de quienes lo creen. Eso es lo que está diciendo Jesús y la primera generación lo atestiguó: Pedro predicó a miles, habló en lenguas extrañas; Pablo llegó a Roma, predicó a gobernantes, sus escritos son ahora leídos con devoción. El cristianismo no debería olvidar la promesa, el reto, del galileo; habría que preguntar: ¿hago cosas más grandes que Jesús?

¿Cuál es el arma de los cristianos? La oración en el nombre de Jesús. No es por la fuerza intelectual o física, no por lo bien portados o por la transformación espiritual (¿hay algo peor que un converso? se preguntan los escépticos): es el nombre de Jesús, su poder y no el nuestro. No es arrogancia disfrazada de modestia. Es la realidad: Jesús salva. ¿Cómo saber si es Él o somos nosotros? Fácil: ¿a quién se le da la gloria por nuestro trabajo? Si es al Padre eterno, Jesús es el que actúa. Si el ídolo es uno, ahí no hay más que soberbia. Al final, la morada final será la prueba de quién actuó por Jesús y quién por su ego.

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