Vencedores del mundo

Juan 16:25-33

¿Qué quería decir eso de ser el vencedor del mundo? ¿Cómo sonaría a los oídos de los ahí reunidos las palabras de Jesús? Acaban de decir: «ya te vamos entendiendo» y de inmediato, el Maestro prevé que se irán, que lo traicionarán, lo dejarán solo. Eran los apóstoles quienes tendrían que haber dicho «no te preocupes, todo va salir bien». Así que aquellas frases eran más que palmaditas en la espalda. Eran más que un «échale ganas». Les advertía el dolor que viene por la causa del evangelio. La promesa es que, por sobre todas las cosas, encima de las persecuciones, atrás de las lágrimas, está la victoria. Seguir sus huellas conduce al sufrimiento, pero también a la felicidad. Si el Maestro ganó, sus discípulos lo harán de la misma forma.

En el discurso más intenso que registra el Nuevo Testamento, Jesús afirma además que Él no pedirá por ellos (se entiende que por los Doce) sino que Dios mismo está en control de sus vidas porque han llegado a amar a su Hijo. Ahí está la supremacía del amor. No importa lo ignorante, confundido, aturdido o despistado que sea un seguidor de Jesús, lo que realmente importa a los ojos del Padre es que se le ame. Cuando uno dice que ama a Jesús debería recordar que aquellas palabras tienen eco eterno. El que realmente ama al Galileo tiene un lugar en la mente del Dios que envió a su Hijo. Si esto es así, cuando lleguen las pruebas, Él estará en control y la derrota está descartada.

Los creyentes tenemos la victoria asegurada. Pero vale la pena preguntarse de qué tipo es ese triunfo. Jesús es el vencedor del mundo en cuanto que la muerte no actuó en Él; en cuanto que, siendo hombre, venció las tentaciones y en cuanto que, a pesar de la persecución, trajo a Dios de regreso a la Tierra. Venció al príncipe de este mundo y logró la trascendencia. No de manera figurada sino de manera real. Cuando un cristiano afirma que Cristo vive lo hace convencido de su presencia real, no física, pero sí espiritual. Y si el Maestro está aquí, en la forma del Espíritu Santo, no hay nada de que temer: Él nos está cuidando.

¿Nos incomoda ser cuidados? ¿Viola nuestra intimidad, nuestro derecho a estar solos? Pues quien proclama que Jesús es su Señor y su Salvador sabe que está vigilado y que nada de este mundo tiene poder sobre él. Pero cuando uno se aleja, cuando uno dice que prefiere su Yo al Espíritu que viene de Dios, entonces luego no vale llorar y quejarse. Si uno está unido a Cristo, vencerá el mundo. De lo contrario, el festín de derrotas espirituales está asegurado.

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