Mientras Pedro se reunía frente al fuego, mientras entraba en calor, mientras lo negaba, Jesús enfrentaba la cobardía disfrazada de bravuconería. Anás cuestionó al Maestro y éste responde con valor: pregúntale a quienes me escucharon. El guardia aquel empieza la agresión física contra el Rabí. Si toda violencia es inaceptable, esta era injusta e infame. Eso es lo que Jesús dice inmediatamente. Pero además, Anás no era el sumo sacerdote sino Caifás. Anás funge como el primer contacto de eso que ya estaba más que consumado.
El guardia y Anás no dejan de ser íconos de los tipos duros que pululan en la historia del cristianismo. Son los auto proclamados (y nunca auto críticos) defensores y guardianes de la fe. ¿Qué defendían esos líderes? No sólo su comodidad material sino la preservación patológica del status quo. Defendían su religión. Un momento: ¿no era Jesús parte de esa religión? Sí, pero era insoportable; cuestionaba no sólo la dogmática sino la praxis. Traer al Dios de Jesús a la sociedad humana provoca terror. El Padre había bajado del altar y había encontrado una humanidad tan hostil que quiso regresarlo.
Afuera, los apóstoles fieles, los Pedros que daban su vida por el Maestro, sienten frío y se van al fuego donde se mimetizan con los perseguidores. ¿No que eras cristiano? preguntan al creyente-actor, quien presto responde: ¡jamás! ¡No! Adentro el Maestro es vapuleado. En el patio trasero un gallo canta. La traición se ha completado.
OK.www.ministeriodemisiones.es.tl