Juan 21:24-25
Terminemos. El capítulo veinte concluye con estas palabras: “Y ciertamente muchas otras señales hizo Jesús en presencia de sus discípulos, las cuales no están escritas en este libro. Pero éstas se han escrito, para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios; y para que creyendo, tengáis vida en su nombre”. El objetivo de este evangelio se escribe al final: todo esto se ha escrito para creer en que Jesús es verdadero hombre, verdadero Dios y para que, una vez que el ser humano toma el riesgo de creer en Él, se tenga acceso a la vida eterna. Muchas cosas, detalles, contrastes, se han perdido porque el evangelista ha considerado que todo eso sólo distraería de lo primario: Jesús es Cristo. Nosotros, lectores del siglo XXI, más identificados con Tomás que con el discípulo amado, quisiéramos saciar nuestra curiosidad con una biografía de Jesús. Pero esto no es el recuento de la vida de Jesús de Nazareth. No. Es el recuento de lo más importante que hizo y dijo el Verbo encarnado. Búsquense esos detalles en otros lados, porque en el evangelio se va a encontrar… el evangelio.
Sí, la buena noticia de que el Padre se ha hecho hombre, de que ha caminado como uno más y de que los ha rescatado de sus miserias espirituales y emocionales. Porque, como lo dijera frente a Pilato: su reino no es de este mundo. La promesa de la salvación se alcanza en este mundo, pero se ejerce el día final. La misión de un creyente es obedecer a su Maestro para así llegar a ser verdadero hijo. Porque, ya que Jesús es el reflejo de Dios, ya que Él vino a mostrar la mente de su Padre, si uno decide seguirlo, debe saber que ha elegido el camino del Padre, un Padre que amó tanto al mundo que dio a su Hijo para que no se pierda. Seguir a Jesús es caminar por una vereda estrecha pero iluminada. Claro, uno nunca sabe qué hay después de una curva, pero lo que venga, no tendrá poder sobre aquel que pide y se encomienda al Cristo resucitado.
Las huellas de Jesús también conducen al dolor. Pasan, por fuerza, por el Getsemaní, por el Pretorio, por el Gólgota. Nadie que se diga seguidor de Jesús puede evitar ese camino. Ahí estarán los actuales Anás, los actuales Caifás, los Pilatos; también una familia, un barrio, una sociedad hostil frente al raro, al que parece ir en contra de algo que, al perecer, ha probado su eficacia para sobrellevar una vida en este valle de lágrimas. El cristiano debe saber que su Maestro venció a ese mundo y que, por lo tanto, uno también verá ese triunfo. Es una victoria que alcanza su parte más gloriosa en ese sepulcro vacío, en ese cuarto inundado por el miedo y en el Maestro consolando y afirmando su poder. Jesús ha ganado la legitimidad y tiene el respeto para caer a sus rodillas, como escéptico rendido para decirlo: Señor y Salvador. Porque eso es Jesús: el Señor y el Salvador de sus discípulos. Él es, pues, la verdad, el camino y la vida.
Sin ese sepulcro vacío, sin esas apariciones milagrosas, hoy no existiría el Espíritu Santo. Es esta entidad prometida por Jesús y existente hoy, la que nos hace seguirlo, la que nos conduce por el camino de la verdad. Es Jesús mismo acompañando a sus seguidores. El Espíritu de la verdad, siempre incomprendido, casi siempre el “espantapájaros de la teología”, es la realidad actual de Dios en la vida de aquellos que han decidido seguir a Jesús. Y todo eso gracias a Jesús.
Sí. Cuando se trata de la espiritualidad, las palabras, todas, suelen limitar. Podrían escribirse millones de letras para entender y luego para intentar explicar la mentalidad de Dios traída a los mortales por Jesús. Pero, aunque sea con balbuceos, el cristiano debe atreverse a hacerlo un día. Saldrá fatigado pero feliz. Jesús vive, podemos decir ya. Y terminar como las traducciones clásicas:
Amén. Así sea.
Muy bueno…
Muy buen estudio que Dios te bendiga.
Saludos desde Mexico
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