Cada persona, cada gremio, tiene sus santones. Esas personas que sintetizan todas las aspiraciones, todo lo que se desea ser o ver. Ese otro es la proyección de uno. Pues bien, si te metes con ellos, llámese cantante, periodista, empresario, organización y los pones en duda, esos fans van a reaccionar: te dirán traidor, perdido, ignorante, reaccionario.
Lo he visto y quizá yo mismo lo he ejercido: una iglesia, los productos de apple, una canción, un libro; cosas que considero las mejores, un paso antes de la perfección; llega otro, los critica, los golpea incluso y mi reacción es querer hacer lo mismo con el que manchó a mis admirados. Medio infantil la reacción.
También he provocado la ira de varios fans de organizaciones y personas. Y ya me cansé. Lo digo así sin tapujos: cualquier santón y cualquier autoproclamado perfecto se me hace, de entrada, sospechoso. Pero eso al mundo le importa un ajonjolí. Y a mí me preocupa un cacahuate lo que el mundo crea de sus ídolos. Así, que por el momento digo: ¡basta de provocaciones! Cada quien su santo.