He hablado largo sobre los poderosos de la religión. En realidad, salvo por el discurso, se parecen mucho a los poderosos del mundo. De hecho, la religión, tal como la concibo, es del mundo. Son esos individuos que sienten placer en dominar a otros, en gobernar. Si hay una consecuencia dramática en la caída del ser humano, esa es la de ponerse a sí mismo como el jefe de sus semejantes. Es cierto que el relato habla de que somos creados «a imagen y semejanza» del Creador y esto se refiere a la capacidad de gobernar. Pero, con la caída, ese propósito inicial se pervirtió.
El Maestro de Galilea trató con este problema y lo ataja con una sencillez apabullante: el que quiera ser el primero, debe ser el último; si quieres dirigir, sirve. La característica de un verdadero líder cristiano es su humildad genuina. Y la humildad, al ser el reverso de la soberbia, no se puede ocultar ni aparentar. O se es humilde o se es soberbio. El problema con miles de dirigentes cristianos es que no se dan cuenta del daño que se hacen a sí mismos al tratar así a sus hermanos. Se presionan, andan preocupados por la apariencia, creen que deben saberlo todo, se olvidan de lo más importante y por eso su salud y su familia son las primeras damnificadas en todo esto. El resultado final de un liderazgo mundano dentro de la Iglesia es siempre trágico: o se funden mental y espiritualmente o se vuelven cínicos manipuladores.
De esto podemos hablar largo y tendido. Pero hay otro aspecto que pocas veces he mencionado. Se trata del deseo de ser poseído. Es que, por cada poderoso que existe, hay un subordinado dispuesto a serlo. No deja de sorprenderme la capacidad que tienen algunos para ser humillados y seguir creyendo que eso es su camino para alcanzar a Dios. Algunos han sufrido bullying verbal y mental. Los han llamado pecadores, prostitutas, ladrones, basura, vómito de dios… y después de escuchar eso, todavía con lágrimas, besan la mano de quien los ofende. ¿Por qué un creyente cristiano termina siendo adicto al sufrimiento? ¿Por qué el evangelio de la libertad, el valor y la paz se convierte en lo contrario? Lo que más me sorprende es que se dan cuenta de que ese trato es todo menos cristiano, saben la salida, pero se quedan ahí, pensando que un día, Dios cambiará su sufrimiento en alegría y que esos hombres que los tratan mal, un día recibirán su merecido. Se hincan, piden perdón por haber tenido esos pensamientos y regresan a sus iglesias con temor y temblor.
¿Qué hay en ellos? ¿Miedo? ¿Confusión? ¿Comodidad? ¿Dureza de corazón? ¿Ignorancia? ¿Todo esto, y más, junto? No estoy muy seguro. Me parece que tiene que ver con al menos cinco características.
1. Su relación con Dios es acartonada
Quieren creer que haciendo muchas cosas «sacan una sonrisa a Dios». La frase es linda pero es falsa. Dios ya nos ama y por eso envió a Jesús. Dios desea platicar con sus hijos, esos hijos que, si se equivocan y pecan, tienen a un abogado que los defiende. Pero no. Ellos se han creído mentiras como que «Dios bendice la disciplina». Se levantan temprano porque «tienen una cita con Dios» y no pueden «dejarlo plantado». Si un día fallan, cosa que siempre ocurre, sus emociones se van al piso. Llega la culpabilidad y deben ir a confesar con otro que fallaron, que esa mañana no tuvieron «tiempo con Dios». ¿Se nota todo lo humano que hay aquí? De hecho, este sólo motivo podría explicar los otros.
2. Creen en un Dios que no está en la Biblia
El Dios de Abraham, Isaac y Jacob es parlanchín. El Dios de Jesús es parlanchín porque es el mismo. Pero se han creído la idea de un Dios que está allá arriba, lejos y que uno debe hacer mucho ruido para que nos haga caso. Piensan que, entonces, ese Dios todopoderoso, hará algo mágico y acomodará todo mientras nosotros vemos el espectáculo. ¿Qué tipo de Dios es este? ¡Uno griego! Olvidan que Dios se apoya en el ser humano, en sus hijos. Así fue con Moisés, así fue con Gedeón, Elías, Samuel, David. A mi me deja sin palabras la frase de «Dios va a mostrar». ¿No se imaginan que ellos pueden ser esos instrumentos que Dios quiere utilizar para «mostrar»? No. Esto lleva a la tercera característica.
3. Creen que están solos y que merecen estarlo
Es decir, no creen que Dios siempre está con ellos, que pase lo que pase, Dios los ama. Como se sienten solos, buscan un sustituto cercano a Dios. Ahí es donde aparece el líder religioso. En su imaginación, ese líder es enviado por Dios y, desobedecerlo es desobedecer a Dios. Ni siquiera saben que tienen derechos como hijos de Dios. Se quedan con el líder abusivo porque para ellos eso es mejor que estar solos, que tomar decisiones solo basados en su relación con Dios. Y esto último se malinterpreta. De inmediato citan el proverbio «el éxito depende de los muchos consejeros». Claro: es un proverbio que va dirigido a un pueblo que no goza de la bendición del Espíritu Santo. Nosotros lo tenemos y por eso podemos ir con esas personas espirituales, sabias, profundas que nos van a ayudar. La mala noticia es que esas personas no necesariamente están en tu círculo más cercano y dar el paso de buscarlos suena aterrador. Mejor me quedo con el que me enseña bajo el lema de la letra con sangre entra.
4. El miedo disfrazado de humildad los paraliza
Ante el dilema de quedarse solos, sin comida espiritual, sin amigos, los aterra. Muchos llevan años en esa codependencia enfermiza. Como los israelitas que en el desierto reclamaron a Moisés por qué la libertad duele tanto, por qué no regresar a una esclavitud con alimentos y casa en lugar de andar libres pero insolados y hambrientos, estos hermanos me dicen que sí a todas las críticas que hago a su sistema, pero el domingo a las once de la mañana ponen la misma cara que han puesto en años y siguen volviendo vacíos pero, eso es mejor a… la libertad. Tan sólo imaginar que no van a estar en el coro o que los hermanos no les van a hablar o que, en suma, tendrán que comenzar de nuevo, los agita por dentro y los detiene con freno de mano por fuera.
5. Creen que la lealtad al grupo es igual de importante que la lealtad a Dios
«Sin esta iglesia, tú no serias nada». ¿Dónde he escuchado esta frase? Inmediatamente después, hacen una enumeración de todas las cosas más bellas que «la iglesia te ha dado». Y estos pobres, se la creen. Piensan que, a pesar de todo el daño que les han hecho, Dios estaría muy triste si ellos se van. O bien, si ellos se van, ¿quién ayudaría a los que se quedan? Claro, como tienen una deuda con esa iglesia, se quedarían ahí hasta que el barco se hunda y mueran heroicamente «dando la batalla». No es ingenuidad. No: es el discurso que ellos mismos se dicen para tratar de callar lo que su corazón ya les grita. Algunos quieren cambiar las cosas, pero saben que no tienen ni la influencia ni el poder para hacerlo. Y regresan al punto dos: Dios va a mostrar. El ciclo se cierra y el camino a la debacle espiritual está garantizado.
¿Hay una solución?
¡Sí! Por supuesto que la hay. Pero suele ser dolorosa y no está exenta de sobresaltos, malos entendidos y decisiones importantes. Y no, la solución no es abandonar tu iglesia para irte a otra.
Date cuenta que Dios quiere hablarte
Las oraciones que valen la pena son aquellas donde hay una genuina relación, una auténtica comunicación. Dios habla. Lo puede hacer por medio de tu corazón (como las llaman por ahí, «corazonadas»), por visión, por voz audible (y no me importa que me digan esquizofrénico), por profecía, por las Escrituras. Dios quiere decirte cosas para tu bien. Esto lleva a lo siguiente.
Consulta a Dios
Pregúntale cuál es el camino. Dile que has pensado irte pero que no estás seguro. Mira los ejemplos de la Biblia. No dejes que teologías, tradiciones, costumbres de hombres te aten a una situación que al final es un obstáculo para crecer espiritualmente. El ayuno bíblico no es mortificar el cuerpo, es más bien dejar toda tu mente en manos de Dios. ¿Quiere Dios que hagas algo específico? ¿Es Dios o eres tu?
Obedécelo
Dios pone las reglas, Dios las cambia, bendito sea el Señor. Creo que si Dios te llevó a un lugar, sólo Él, repito sólo Él deberá sacarte. Aquí están todas las combinaciones posibles: que tú quieras quedarte pero Dios quiere que camines, que tú quieras irte pero Dios quiera dejarte ahí; que tú quieras hacer algo dentro y Dios quiere que lo hagas fuera, etc. Los caminos del Señor no son los nuestros. Nuestro concepto de grandioso no es lo mismo para Él. Pero, ¿qué quieres? ¿Obedecer a tu Señor u obedecer a los señores que te rodean?
Mi único consejo aquí es haz solo lo que Dios te mande hacer. Una vez que tú hagas lo que te toca, Dios hará lo que a Él le toca, cosas que jamás has pensado e imaginado. Él quiere hacerlo. Espera en Él y con Él.
Por nuestra parte, nosotros hemos iniciado un grupo de estudio bíblico. No ofrecemos ningún tipo de estructura, nada de gente gobernando otra gente, nada de sabelotodos, nada de presunción. Somos pecadores en manos del Señor del perdón. Estudiantes de la Biblia que vamos aprendiendo cada día que para creer hay que dudar. El Dios en el que hemos decidido creer nos ha dejado maravillados con sus respuestas.
¿Que cuál es el plan? El que el Padre quiera. No nos urge más que una sola cosa: tener una relación con Dios genuina, existencial, de diálogo abierto y sincero. La meta es ser amigos de Dios.
¿Qué tipo de culto tenemos? Por el momento, Dios no nos ha revelado ningún tipo de «orden». Si un día nos sentimos llamados a cantar, cantaremos. En todo caso, animamos a todo creyente a leer 1 Corintios en los capítulos 12 al 14 para que vean el orden de las reuniones cristianas en Corinto. Para allá vamos, según veo.
En fin, creamos a la Escritura que dice
Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio. (2 Timoteo 1:7)
Hola hombre. ¿Cómo esta eso de los estudios?
Este si me atañe un poco, la gota que derramo el vaso. Me recuerda la vez que le pedí perdón llorando a Dios y a Alberto Machuca por algo que no pretendí, cuando fuí conciente de eso, fue cuando me arte. Y las lecturas de mis tiempos con Dios en las mañanas, y mi libreta de ello, me ayudarón. Digamos que mi relación con Dios era distinta y fuerte (de eso me dí cuenta hace años). Recuerdo que lo primero que hize con mi novia fue hacer una oración por las mañanas.
Jamás fuí un discípulo normal. Y jamás me conocierón en ese sentido. La uniformidad era lo único que pretendian. Que lastima que no te conocí en ese entonces. Porque ahora soy algo totalmente distinto. No soy un simple ateo, o agnostico.
Saludos