Mi artículo en El Sembrador, del mes de agosto.
Suelo escuchar que no importa conocer los idiomas en que se escribió la Biblia. Uno de los argumentos que más se mencionan es que Jesús predicaba a los sencillos de corazón y que para tener una relación personal con Dios no se necesita más que tener un corazón dispuesto. Algunas veces terminan citando aquello de “¿en dónde pararon el sabio y entendido? (1 Corintios 1:20ss)”. Esos hermanos activan su sensor de sospecha cuando escuchan a un predicador decir “en griego, este versículo quiere decir esto”. He escuchado a hermanos piadosos quejarse: “sólo falta que me digan que tire esta Biblia que me regalaron hace 15 años porque según ustedes está mal traducida”.
Vale la pena preguntarse por qué se ha llegado a menospreciar y ningunear el estudio serio de la Biblia. Me parece que muchas veces el quehacer teológico se ha alejado de la realidad cotidiana. Por momentos parece que los teólogos hablan un idioma oscuro, que se encierran en su torre de marfil a discutir sobre las variantes textuales en la perícopa deportiva del apóstol Pablo en el manuscrito E; mientras la Iglesia lucha por atender asuntos más “terrenales” como el aborto, la homosexualidad, el uso de las drogas. Además, estos especialistas suelen convertirse en guardianes cerrados de la tradición o en herejes iconoclastas. En cualquier caso, por desconocimiento, dan miedo, y entre más lejos de ellos, mejor.
Entonces, ¿importa saber al menos los rudimentos de los idiomas bíblicos? Mi respuesta no puede ser otra: sí. Absolutamente sí. Para decepción de propios y extraños, Jesús no habló en español, ni en el español de la versión Reina Valera ni en el español de la versión Dios Habla Hoy. Tampoco habló en inglés ni en cualquier otro idioma que no sea uno de los hablados en lo que hoy conocemos como Medio Oriente. Jesús no cantó los salmos como los grupos de pop cristiano modernos ni oró con el acento de los pastores sudamericanos de estos días. Es más, Jesús no leyó ni siquiera en formatos parecidos a los actuales: no había “libros” sino pergaminos, rollos. Nuestro Señor nació, creció y murió en el Oriente. Judío de nacimiento, de vida y de muerte.
El Maestro seguramente habló un tipo de idioma semítico que genéricamente llamamos arameo, idioma muy parecido al hebreo. Para complicar las cosas, la Biblia que hoy leen los cristianos tiene dos partes: el llamado Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento. El Antiguo Testamento está escrito en hebreo, con algunas partes en arameo. Pero no es el hebreo que hoy se habla en Israel. Si usted va a algún centro de idiomas y se inscribe en un curso de hebreo, podrá leer el periódico de Tel Aviv, pero no el libro de Job. Con el Nuevo Testamento pasa algo similar: se escribió en griego, pero si usted se comunica hoy en Atenas y luego lee el evangelio según Mateo quizá se lleve la sorpresa de que le entenderá muy poco. Incluso si usted lee la Ilíada y la Odisea y todo Aristóteles, eso no le asegura que vaya a entender a cabalidad el texto del Nuevo Testamento. Saber hebreo y griego moderno no equivale a saber leer la Biblia en sus idiomas “originales”.
Suponga que ya conoce el idioma (gramática, ortografía, grafología), la siguiente pregunta lógica debiera ser: ¿qué tenía en mente el escritor bíblico (Dios, el Espíritu Santo) cuando escribió esto? A la tarea de aprender los idiomas bíblicos, hay que añadir la asignatura de investigar el entorno político, social y cultural de la época en la que se está escribiendo la Biblia. Es decir, darse un paseo por la historia. Eso también implica tener un conocimiento de otros idiomas. Pero recordemos que un idioma no sólo son palabras puestas una detrás de otra. Hay un mundo entero alrededor de cualquier discurso.
La empresa parece, a todas luces, titánica. Aprender cualquier idioma es un reto intelectual excepcional. Pero aprender idiomas que se dejaron de hablar hace cientos de años y que han evolucionado es casi heroico. Pero creo que no hay otra manera de estar realmente comprometidos con la vida espiritual cristiana. Si gran parte de la forma en que se entiende el cristianismo parte del entendimiento de las Escrituras, ¿por qué dejar como segunda o tercera opción el estudio de las lenguas en que originalmente se escribió? No veo más que flojera, mediocridad o intereses oscuros en posponer el estudio en serio de los idiomas bíblicos.
“Pero, hermano, Jesús se comunicó con los sencillos en su propio idioma”. Sí, justo por eso: el idioma de esos sencillos de esa época no era el español. Y si yo soy sencillo, debiera entender lo que el Maestro enseñó a ellos. Jesús sigue hablando hoy y lo hace de manera espiritual. Pero no veo la forma en que pueda recibir toda la gracia espiritual si estoy sordo ante el evangelio que se escribió y transmitió en griego. No veo cómo disfrutar o criticar a un grupo de música si no lo escucho en su propia voz. Es como decir que no me gustan los Beatles porque escuché a un grupo mexicano cantando en español Obladí obladá.
“Pero, hermano, ya existen los especialistas en eso. Sólo vea todos los eruditos que han traducido y editado esta versión de la Biblia. No sea arrogante”. No es arrogancia dejar de depender de la interpretación de otro. Si yo aprendo a arreglar mi bicicleta, dependeré cada vez menos de un mecánico. Además, ese mecánico no me timará. Y este es el gran problema del cristianismo moderno: dependemos de la interpretación de otros. Y creemos que esos otros no tienen más interés que evangelizar y hacer clara la Biblia “tal como se escribió”. Esto es ser un poco ignorante y muy ingenuo.
La historia de la Iglesia cristiana está llena de ejemplos en los que los supuestos ministros de Dios sólo quisieron trasquilar a las ovejas. Hubo una época en que sólo los autorizados, los que tenían permiso de la santa madre iglesia podían leer la Biblia. La reforma protestante intentó cambiar eso. En parte lo logró. Pero con el paso de los años, las comunidades protestantes divinizaron sus traducciones: si no lo dice la King James, no lo creo. Si mi Reina Valera lo dice, yo lo creo. Luego vinieron los traductores que se dieron cuenta de las barbaridades doctrinales que ciertas traducciones producían. De buena voluntad hicieron “paráfrasis”: lo que el autor quiso decir es esto. Hay que dar un voto de confianza en que esos traductores no sólo son buenos en traducir, sino en parafrasear, y que esa paráfrasis sea lo que Dios quiso decir y no lo que sus comunidades y agendas ideológicas quieren que el texto diga. Y yo, ignorante del texto hebreo, les debo creer. Les creo: ahora soy un moderno cristiano que ahí donde dice “hombre” yo digo “humanidad” porque así está escrito en mi muy actual traducción.
Muchas de las aberraciones, abusos y fraudes de sectas cristianas se habrían evitado si el que escucha el sermón del predicador supiera lo mínimo de hebreo y griego. Otras guerras no habrían estallado si coincidimos en que algunos pasajes tienen más de una interpretación lógica y doctrinalmente coherente. Por supuesto que depender de otros no está mal. El problema es quiénes son esos otros y por qué traducen como traducen y por qué una iglesia elige una traducción y no otra. Por ejemplo, yo estuve en una secta que usaba la versión Dios Habla Hoy. Por años no tuve ni la remota idea de qué cosa era la gracia en parte porque esa secta se caracterizaba por el legalismo, autoritarismo y chantaje emocional. Pero en parte porque esa versión utiliza muy pocas veces la palabra “gracia”. Cuando leí otras versiones y estudié algo de griego, las piernas de la secta se hicieron de lodo y todo se vino abajo.
Pero volvamos al punto inicial. Es importante estudiar los idiomas en los que originalmente se escribió la Biblia porque el creyente tendrá un mejor entendimiento de la vida espiritual, porque no dependerá de los errores de otros, porque se supone que estamos llamados a ocuparnos en las cosas del cielo y porque se nos pide que analicemos todo lo que se nos dice. Eso hicieron, por ejemplo, los judíos que escucharon a Pablo en Berea. Revertir el proceso y hacer teología desde la ignorancia de los idiomas bíblicos es peligroso. ¿Cómo hacer exégesis y hermenéutica de un texto escrito en griego desde mi mente moldeada al español? O es demoniaco o es insensato, pero en cualquier caso es peligroso.
Quisiera terminar diciendo que todo es fácil. Pero no lo haré. Usted debe buscar escuelas, maestros, programas de estudio, libros que enseñen, mínimo, hebreo y griego. Y debe procurar un tiempo para su estudio serio y formal. No es porque quiera ser mejor que otro hermano. Al fin y al cabo, ambos son salvos. No. Se trata de tomar en serio aquello de ser siervos del Señor Jesús. ¿Cómo voy a obedecerlo si no entiendo lo que me dice?
Al fin y al cabo, cuando algo nos gusta, cuando algo nos llena nuestra mente, ¿no hacemos cualquier “sacrificio” para estar cerca, para poseerlo? Si se levanta a las 4 de la mañana para correr y hacer ejercicio, si se duerme a las 3 de la mañana por estar en una fiesta, ¿por qué no destinar tiempo, dinero y esfuerzo para aprender los idiomas bíblicos? Yo lo sé: porque la mediocridad espiritual, la dependencia en las interpretaciones de otros es cómodo, seductor, fácil. Créame: la orilla del mar es bonita, pero no se compara con bucear en las profundidades. Cuando lo haga, se dará cuenta de todo un mundo perdido.