…Cristo es cabeza de la iglesia, la cual es su cuerpo, y él es su Salvador (Efesios 5:23)
Alguien vendió la idea de que la iglesia es una institución con normas, ritos, edificios, presupuestos, liderazgos, objetivos, misión, visión… y nosotros la compramos. Preguntemos si esta era la única forma en que el cristianismo podría sobrevivir. ¿Le debemos a Constantino el favor de preservar y propagar el cristianismo? Sí: le debe el cristianismo institucional. Pero todos aquellos que, a partir de ahí, murieron porque otros cristianos les llamaron herejes, desviados, traidores, apóstatas, ¿le deben algo a Constantino y a su madre Helena? Si le vamos a creer a la Biblia (y eso es, ya en sí mismo, un problemón), Jesucristo es la cabeza y la Iglesia es su cuerpo: Él es el Jefe, quien alimenta, quien la cuida, quien provee de liderazgo. Parece que los cristianos ya no creen mucho en el mundo espiritual. Se les hace muy místico, muy de la Edad Media eso de que Jesús es la cabeza. A algunos les de pena admitir que ya no creen en ciertas porciones de las Escrituras. No queremos la hiper institucionalización del cristianismo al estilo católico romano (u ortodoxo oriental), ahora mejor pensamos a la iglesia como una PyME, una pequeña o micro empresa. Como en toda empresa, hay gerentes, estatutos, comités, oficinas, metas. Eso se parece más al mundo moderno. Ahora sí, con la iglesia convertida en una empresa (que vende espiritualidad, o algo así), podemos dejar los libros aburridos de los teólogos (¿griego? ¿arameo? ¿hebreo? ¡ni que fuera nerd!) y nos ponemos a leer libros de “cómo ser un buen líder”, “cómo hacer que su iglesia (entiéndase, empresa) crezca”. Literatura de café. Los cristianos se sienten así más cómodos en este mundo: la iglesia como actor en el mundo capitalista. Pero como eso no es la Iglesia, hay algo en lo más íntimo del creyente que no le hace sentido. Tarde o temprano se preguntará: ¿y si todo esto no es necesario? En ese momento, tendrá la opción de callar sus dudas y acomodarse (al mundo), o seguir en serio hasta las últimas consecuencias. Si llega hasta allá, recordar los días en que basaba su cristianismo en una institución le parecerá incluso obsceno. Será un día crítico. Un día feliz.
Si le vamos a creer a la Biblia (y eso es, ya en sí mismo, un problemón)…
No son palabras mías, son palabras de un simple mortal agonizando de la fe que un día tuvo en Dios. La fe es tener la certeza de lo que no se ve pero se siente, que difícil es creer para los que no sienten el poder de Dios.