Creencias y certezas

Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve (Hebreos 11:1)

Dicen mis amigos ateos, adoradores del método científico, que es más fácil creer que hacer ciencia; que ser un hombre de fe te coloca a un paso de ser un hombre idiota. La fe, dicen, es parte de un pasado en la humanidad sombrío. Se han logrado más avances en los últimos doscientos años que en los anteriores dos mil y eso gracias a que la humanidad (o lo que llamamos “el occidente”) se logró independizar de sus dioses. Si usted quiere ser inteligente, deje sus creencias en el cajón de las excentricidades privadas y utilice a la ciencia como el único medio para verificar la realidad y, en suma, la verdad (si es que tal cosa existe). Creer o no creer. Para el cristiano de estos días se parece mucho al cliché shakesperiano de ser o no ser. ¿Qué soy cuando creo? Un creyente. O un estúpido, dirá el (pos) moderno acusador. Ahí está el error: pretender que la creencia es un asunto de mera disposición mental. Y aquí el otro error: pensar que el método científico es el único método para entender la realidad y que está peleado a muerte con la creencia, como si creer significara cerrar los ojos y desear que cuando se abrieran el cielo fuera verde y los elefantes volaran. No hay nada más alejado de la verdad. Creer no es sencillo. Quizá lo fue en otra época en donde la omnipresente “ciencia” no tenía la hegemonía de las élites gobernantes. Pero hoy definitivamente no lo es. Al menos no para quien quiera creer en serio. “Científicamente comprobado” es un mantra utilizado por mercachifles de la misma calaña que aquellos que dicen “Dios me dijo que me diera su casa”. En el fondo, es lo mismo. Sin embargo, la creencia cristiana, tal como aparece en las Escrituras, no se parece a la creencia moderna. Cuando Jesús se aparece al incrédulo Tomás y le dice: “toca mis heridas”, no está más que afirmando que las dudas del que quiere creer serán satisfechas, que sí hay manera de conocer y entender ese mundo espiritual. Y la manera no es “deseando” con todas las fuerzas. Yo he visto que lo único que debo “desear” es querer comprobar que ese Dios es real. Comprobar que Dios existe: ¿no es lo que nos pide el método científico? Quiero tomarle la palabra.

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