llevad mi yugo sobre ustedes, y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallarán descanso para sus almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga (Mateo 11:29-30)
Una religión sin más compromiso que mi superación personal. Que me haga sentir bien. Que me haga buena persona. Que me relaje. Si se puede, que me permita tener salud, dinero y amor. Que se parezca a una inversión: doy dinero y tiempo y a cambio recibo abundancia o bienestar. Que viva y deje vivir. ¿Qué es esta mezcla de buenas intenciones y egoísmo y vanidad? Lo que quieren algunos del cristianismo. Cuando no lo encuentran, se van al budismo o a mezclas de creencias más o menos exóticas. Ante este público posmoderno, este público que tiene resuelto sus más básicas necesidades, el cristianismo apenas es una más de las opciones para creer. Pueden rezar a la santísima trinidad, ir al tarot y hacer yoga sin tener una pizca de remordimiento. En el otro extremo, los cristianos más tradicionalistas, digamos los cristianos de la vela perpetua, no tienen más remedio que gritar que, según sus credos, eso no está bien. Este cristianismo de templo parece rancio. En apariencia, pues, sólo existen dos opciones: ceder al sincretismo que exige el espíritu de los tiempos o lanzarse al cristianismo cerrado de instituciones milenarias. Sin embargo, me parece que hay otro camino: el de acudir directamente a Jesucristo. Es el camino difícil porque es el menos popular. Ante la lista interminable de creencias que el muy tolerante occidente sostiene (así, al menos, se vende), el creyente cristiano puede ir a las fuente misma de esas creencias. Se le pide a este individuo que sea serio en su deseo de aprender e incluso, permítame este exabrupto, que aprehenda ese mundo espiritual. Sólo eso. No hay temarios, no hay vías cortas, la formación es personalizada y acaso tediosa por ratos. Estará quien crea que este cristiano es iconoclasta. Habrá quien crea que este cristiano necesita un poco más de otras tradiciones religiosas. Habrá quien le pida a este cristiano usar más su cabeza y dejar el misticismo para otro momento. Si no cede en su intento por dejar la mediocridad espiritual, este creyente sabrá, más tarde o más temprano, que lo único que necesita es creer en Jesús. Ese día podrá, de paso, convertirse en un esclavo de ese Señor.
me parece muy buena reflexión, muy consciente de las tendencias religiosas de nuestro tiempo. Y me atrevo a añadir personalmente que no hay mejor actitud que ir directamente a Jesús.