Donde está tu tesoro está tu corazón

Porque donde esté su tesoro, allí estará también su corazón (Mateo 6:21)

Para el pensamiento hebreo, “corazón” es el centro mismo del pensamiento. No es donde están los sentimientos ni los estados de ánimo, para eso está el estómago, las vísceras, los riñones, pero en el corazón residen los pensamientos más profundos de una persona. Ahí están las certezas, las creencias, la seguridad de lo que uno hace, quiere y, al final, lo que uno es. Por otro lado, está el tesoro. Un tesoro constituye una riqueza, seguridad no sólo en el presente sino en el futuro. Un tesoro tiene una importancia increíblemente grande y, típicamente, está bien guardado. Aunque es valioso por sí mismo, el tesoro tiene la cualidad de poder ser cambiado por otras cosas: prosperidad, viajes, satisfacciones personales. El Maestro nos está diciendo que nuestros pensamientos y nuestros tesoros están íntimamente ligados. El examen para saber cuáles son mis tesoros es muy sencillo; sólo hay que preguntar esto: ¿en qué cosa es en la que más pienso en el día? ¿Por qué hago lo que hago? Mientras que para algunos son “los placeres” del mundo, fácilmente criticables por los cristianos de la vela perpetua; hay otros tesoros igualmente mundanos pero políticamente correctos, incluso motivados por ¡cristianos piadosos! Puede ser, por ejemplo, en las ganas de “tener un nombre”, en esas cosas que dan prestigio, que hacen sentir a uno importante. Ya se sabe: la trascendencia, la fama intelectual, el reconocimiento. Es mi caso y he tenido que entablar una dura lucha contra eso. Mientras mi tesoro no sea única y exclusivamente mi Señor, mi Salvador, ni siquiera voy a valorar los “lingotes de oro” que, de hecho, ya me está dando ahora mismo. Y no me puedo confundir en medio de las actividades religiosas que pueda tener. Incluso el mejor de los sermones, el que de más bendición a mis hermanos, pudo tener un origen egoísta: recibir el aplauso generoso de mis hermanos. Si realmente quiero crecer en las ligas espirituales, debo salir de las ligas mundanas. Hasta que no ocurra eso, mi mente, mi corazón, seguirá vagando en medio de planes y objetivos más o menos mundanos, más o menos piadosos. Hasta entonces no seré más que otro creyente mediocre.

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