Él ha de ir aumentando en importancia, y yo disminuyendo (Juan 3:30)
Juan el Bautizador es uno de los personajes que más me ha intrigado de todos los posibles en la Biblia. Lleno del Espíritu desde antes de nacer, es quizá el primero en sorprenderse al sentir cerca a Jesús (Lucas 1:41). De predicación severa y de costumbres frugales, Juan gozaba de tal reputación que más de uno de sus contemporáneos pensaba que era el Mesías. Aunque su discurso era muy duro en contra la religiosidad de su tiempo, los religiosos más recalcitrantes lo buscaban. Los siempre curiosos soldados romanos (y supersticiosos, diríamos hoy) también lo visitaban. Era un predicador notable que utilizaba el agua del río Jordán para llevar a cabo ritos de purificación (por cierto, muy usuales en el oriente). Con todo esta popularidad sabía que él no era “el que había de venir”: “Yo a la verdad los bautizo en agua para arrepentimiento; pero el que viene tras mí, cuyo calzado yo no soy digno de llevar, es más poderoso que yo; él los bautizará en Espíritu Santo y fuego (Mateo 3:10)”. Al parecer, poco tiempo después, ve venir a su primo, y la Escritura tiene uno de esos silencios sumamente ruidosos: ¿qué sintió? ¿Ya sabía que Jesús era el Mesías prometido? ¿Cómo lo supo? ¿Se lo dijo Dios? ¿Cómo se lo habrá dicho? Sólo podemos imaginar al severo predicador mirar a Jesús. Venía directo a Él, quizá en la fila de los que bautizaría, quizá ya desnudo, y entonces, Juan pregunta quizá con una angustia tremenda: “Yo necesito ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí? (Mateo 3:14)”. Jesús lo convence (“deja ahora, porque así conviene que cumplamos toda justicia”) y es bautizado. Después, Juan sólo vuelve a aparecer cuando lo apresan y cuando manda a preguntar si Jesús era o no el Mesías. Un momento de duda. El gran profeta (¿de Cristo?), el que preparó el camino, dudó. Y no volvemos a saber nada de Él. El evangelio de Juan nos regala una estampa de Juan bellísima. Ante los aparentes de celos de sus seguidores, porque Jesús y los suyos iban teniendo cada vez más y más seguidores, el profeta del desierto hace una afirmación que recoge un solo versículo. No es tan famosa porque hoy se nos enseña a sobresalir, a echarle ganas, a ser mejores. Pero Juan dice, “yo debo menguar y Él crecer”. Decimos amén con Él y esperamos verlo el día de la resurrección de los santos.