He aquí la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra (Lucas 1:38)
La virgen María. A juzgar por los usos y costumbres de la época, María pudo tener entre trece y dieciséis años cuando un ángel se le apareció. Prácticamente una niña. Estaba ya prometida con José pero todavía no ocurría la ceremonia de matrimonio. María no “había conocido hombre”; es decir, no había tenido relaciones sexuales. La madre del Maestro no era más que otra niña judía que vivía en el Israel conquistado por Roma. En una ciudad de Galilea, el ángel Gabriel se le aparece con la gran noticia: “Dios te va a embarazar”. Así, sin más. No era una niña que ignorara los temas sexuales porque de hecho ya estaba a punto de ir a vivir con su prometido. Sabía que una implicación de eso era ser lapidada por no llegar virgen al matrimonio. Pocas veces nos fijamos en el drama de María. Esa niña podría haber tomado ese anuncio como la condena a ser repudiada por José y por la sociedad completa. ¿Pudo haber dicho que no? Sí. María pudo hacer un cálculo costo beneficio muy sencillo y haber concluido que no, que lo suyo no era eso, que prefería una vida sencilla, junto al carpintero y buen hombre llamado José. “Nada de lo que Dios dice es imposible” responde el ángel a una María que lanza la pregunta más básica y sencilla que uno puede imaginar: “¿cómo será esto posible?”. Paremos un momento y pensemos si la pregunta que tenía que hacer era esa. Quizá hoy alguien preguntaría “¿por qué yo?”. Pero no María. Ella está sorprendida por un saludo inusual de un ser inusual. Tiene dudas sobre cómo será embarazada sin conocer hombre. Pero no tiene duda de que todo eso se le presenta a ella. ¿Por qué el Maestro nació de María? La respuesta parece simple en su formulación pero no en su práctica: porque María creyó. Ella tenía la certeza de que eso podía pasar, que era real, que si un ángel se le presentaba en su casa de Nazareth, todo lo demás también era posible. ¿Enseñamos a los más pequeños a creer? ¿Sabemos qué es creer? No parece. Incluso entre la comunidad cristiana hay confusión en aquello de creer. Estoy seguro que si una adolescente hoy le platica eso a sus padres, éstos la mandan ipso facto a un psiquiatra para tratar esos síntomas de locura. En cambio, María termina la conversación con una frase demoledora para el espíritu de los tiempos que hoy corren: “Soy una sierva, hágase como tú dices”.