Miremos el inicio del evangelio:
El libro de la generación de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham (Mateo 1:1)
Y ahora veamos el último capítulo:
Yo Jesús he enviado mi ángel para daros testimonio de estas cosas en las iglesias. Yo soy la raíz y el linaje de David, la estrella resplandeciente de la mañana (Apocalipsis 22:16)
¿Quién es este David? ¿Por qué es tan importante que el evangelio prácticamente abre y cierra con su nombre? ¿Por qué Jesús basa parte de su legitimidad en ser descendiente de este hombre? El rey David, su escudo es el símbolo del judaísmo (y del estado moderno de Israel). Visto desde el punto de vista actual (un vicio muy frecuente al momento de hacer análisis), David es un guerrero salvaje, sanguinario, bárbaro. Un día regresa con los prepucios de cien hombres (1 Samuel 18:27). Otro día traiciona la confianza de un rey que lo estaba protegiendo (1 Samuel 29). Parece que le pide a una mujer que mienta para que pueda huir (1 Samuel 21). Se acuesta con una mujer casada, manda a matar a su marido y el niño muere (2 Samuel 11). Es un desastre como padre: sus hijos se acuestan con hermanastras, se asesinan entre ellos y conspiran contra su padre. El heredero al trono, Salomón, termina prácticamente siendo un idólatra más, sacrificando niños y teniendo cientos de mujeres. Una gran parte de su vida la pasa huyendo de enemigos que vienen de su propia familia. En fin, que bajo cualquier principio más o menos “decente”, más o menos religioso, el rey David es, a lo mucho, un hombre interesante de donde proviene el mesías cristiano. Si uno entra a cualquier iglesia institucional, luego de Jesús, quizá el personaje más admirado sea Pablo. Pocos dirán: “oh sí, yo quiero ser como David”. Quizá sólo digan: “tener el valor de David”; o “la inspiración musical-artística de David”. Y sin embargo, de este hombre se dice algo que de ningún otro. Ni Moisés, ni Elías, ni ningún profeta o rey puede decir lo que se dice de David: es un hombre conforme al corazón de Dios. Además de la tara cultural al evaluarlo, ¿no será que tenemos un lente inadecuado para juzgar lo que Dios juzga como “conforme a su corazón”? Somos rápidos en juzgar a los malos, quedarnos con los buenos y seguir la vida. Acaso sea justo esos patrones mentales los que nos impiden tener una comunión íntima con Dios. Y acaso ese hombre llamado David tenga algo que decirnos.