¿Prevenir es estar amargado?

De vez en cuando debemos repetir el mismo razonamiento para que los despistados, confundidos o mala leche (o todos al mismo tiempo), sean orientados, aunque sea un poquito y aunque suene repetitivo. Veamos:

Imagine que usted sabe que hay una esquina en su ciudad donde los delincuentes roban, abusan y, en general, hacen cosas malas contra los transeúntes. Además, en esa esquina hay una coladera abierta y un bache profundo en el pavimento. Usted sabe, por experiencia personal, que las luminarias están fundidas, que no hay vigilancia, que es, pues, una esquina muy peligrosa. Usted, dicho sea de paso, la evita todo el tiempo, así tenga que dar más vueltas.

Imagine que su esposa, madre, marido, padre, abuelo, hijo, sobrino, amigo de la infancia o alguien que usted estima mucho, va a pasar por esa esquina. Que mañana va a llegar a esa esquina peligrosa justo a las 10:30pm, ya cuando no hay luz del día. ¿Qué haría?

a) Se queda callado, no vaya a ser que asuste a ese ser querido.
b) Finge que no estaba enterado que ese ser querido iba a pasar por la esquina y finge también que no sabía de la peligrosidad de dicha esquina.
c) Lo busca, lo localiza por todos los medios posibles y le informa qué ocurre por ese camino que va a tomar.

Yo elegiría el inciso C. Punto. Ya después hago cualquier otra cosa: llamar a la policía, fundar una patrulla de vecinos que vigilen esa zona, solicitar que instalen una cámara de seguridad y que arreglen las luminarias. Pero, mientras eso no ocurra o incluso mientras lo hago y yo sepa que ese lugar es peligroso, seguiría gritando a los cuatro vientos: ¡CUIDADO CON ESE LUGAR!

Si por hacer eso me llaman amargado, loco, demente, exagerado, miedoso, frustrado, neurótico, escandaloso, sangrón, atado al pasado, ingrato, que no perdono, que no olvido, que mejor me acuerde de todos los bellos momentos que pasé en la esquina del terror, que todas las esquinas en esta ciudad son igual de feas y peligrosas, que mejor me ponga a vigilar o que mejor funde mis propias esquinas seguras; si por eso me llaman así y mis amigos me dejan de hablar, me importa dos pepinos… o uno. Si puedo ayudar a alguien a no ser lastimado y a no correr riesgos, aunque todos los demás me insulten, seguiré haciéndolo.

Ahora bien, si esa persona quiere pasar por ahí, si mi trabajo de prevención se lo pasó por el arco del triunfo, poco o nada puedo hacer. Sin embargo, en mi conciencia quedará que al menos intenté hacer algo para que no le ocurriera eso feo. En todo caso, el que por su gusto muere…

Y sí: el que sabe hacer el bien y no lo hace…

Y sí: no sólo son esquinas, también son… sectas religiosas. Ni modo, aquí me toco vivir. Afortunadamente, usted tiene la opción de no leerme, de bloquearme de su lista de contactos, de borrarme de su memoria y, en fin, de dejarme con lo que usted llama amargura y yo simplemente llamo deber. El deber de anunciar que el Dios de esas sectas no es el Dios que predicó Cristo Jesús, al que llamo, Maestro.

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