Estas se relacionan a los líderes. Es, sin duda, el gran tema porque pasa por un aspecto emocional muy importante. Ahí tengo líderes que son (o fueron o dijeron ser) mis amigos. Se ha dicho que me hicieron algo feo. Pero no es verdad: jamás me pidieron dar masaje a los dedos de los pies de mi líder (true story), jamás me corrieron (uno de ellos, cuando yo apenas tenía un par de meses me corrió de “su reunión de líderes”, pero esa no la cuento), jamás me discriminaron (al menos no lo sentí así). No es un asunto de “Venegas vs los líderes de la ICMAR”. Dada la insistencia de las preguntas, paso a responder las siguientes tres preguntas:
- ¿Te caen mal los líderes?
- ¿No quieres que los líderes ganen dinero? “El trabajador tiene derecho a su paga”. ¿Los quieres a todos pobres?
- ¿Por qué no dices nombres? Ellos te llaman a ti por tu nombre, ¿no deberías hacer lo mismo?
¿Te caen mal los líderes? ¿Tienes problemas con ellos?
Ni lo uno ni lo otro: son líderes religiosos y los trataré siempre como Jesús trató a los líderes religiosos de su época. No me caen mal porque no me han hecho nada malo. Son buenas personas. Algunos son padres de familia excepcionales, un ejemplo notable en sus matrimonios. Además, muchos hermanos que aprecio siguen ahí con ellos. Por amor a ellos, me encantaría que les fuera bien. Pero se han puesto como gobernantes de sus hermanos, y como tales tienen responsabilidades. Ahora bien, quiero precisar que cuando me refiero a “líderes religiosos”, me estoy refiriendo, principalmente, a aquellos que gozan de un sueldo fijo, que tienen una relación contractual con la ICMAR. Digo, “principalmente” porque tristemente no sólo son los “asalariados” (ellos se llaman “ministros”) quienes padecen estos problemas, también líderes “debajo” (así les dicen) de los ministros copian lo peor de éstos. Me refiero que algunos líderes de sector, de charla y discipuladores también pueden estar contagiados. Sin embargo, dada la estructura de la iglesia, los que tienen más posibilidades de iniciar un cambio de cultura son los ministros. En ellos estoy pensando cuando me refiero a los “líderes”.
A esos ministros no les pido mucho: que hagan bien lo que se supone deben hacer bien, que muestren que son expertos, profesionales, en lo que hacen. Pero si no son expertos en lo que se supone que son (supongo que es la Biblia, la exposición pública de la misma, el pastoreo de almas), ¿por qué hablan como si lo fueran? Por ejemplo, cuando publiqué mi carta de despedida dieron una clase (muy malita, según mi opinión) sobre las doctrinas básicas de su iglesia. Fue una clase elaborada por su maestro; él quizá tiene elementos para decir lo que dijo, pero, seamos sinceros: ¿cuántos de esos predicadores podrían explicar por sí mismos un tema como la Trinidad? Se dijo en esa clase: “para tener plena comunión con esta iglesia, todos debemos creer al menos en 1) el bautismo en agua, 2) la Trinidad, 3) el origen divino de la Biblia”. Perfecto: a ver, expliquen cada uno a detalle y desde la Biblia misma. Un ignorante con micrófono es un peligro criminal. Cuando un líder no respeta la Biblia, no respeta a Dios. Cualquiera que no respete a Dios no merece mi respeto. Así se hagan llamar “líderes de tal o cual”. La anécdota jocosa es aquella cuando un líder, ya molesto, me increpó: “¿qué quieres, Venegas, yo no dirijo como Jesús?”. ¡Plop! (Y créanme que se esfuerza por demostrar su dicho).
Así que en pocas palabras:
- NO me caen mal los líderes. No tengo nada personal en contra de ellos.
- NUNCA he deseado que les vaya mal. Nunca les he negado un saludo, un abrazo (a veces no se dejan porque están muy ocupados y porque muchas personas los buscan, pero, en general, nos saludamos muy bien).
¿No quieres que los líderes ganen dinero? “El trabajador tiene derecho a su paga”. ¿Los quieres a todos pobres?
¡Claro que pueden y deben recibir dinero, ofrendas de amor, comida, ropa, herramientas para llevar a cabo bien su trabajo! No quiero que se queden sin trabajo o que nos les paguen una pensión ahora que se acerca con peligrosa rapidez la edad de la jubilación de algunos. Si están enfermos, deben tener un servicio médico decente para que se atiendan y si salen por causa de un accidente, debieran tener derecho a una pensión digna. Tampoco creo que deban andar en harapos y vivir en la más pobre de las vecindades de las colonias populares de la ciudad. Si tienen un contrato laboral, tienen derechos y obligaciones. Pero ahí, justo ahí, es donde reside el problema.
Quiero decir que creo en la autonomía de cada comunidad para organizarse como quiera. Idealmente, deberían hacerlo con la guía de Dios. Pero, vaya, si ellos deciden mantener una élite de gobernantes, están en su derecho. Eso ha elegido la ICMAR y miles de otras denominaciones. No está bien ni mal. Como se dice en inglés: It is what it is. Mi crítica es que se fijan más en sus derechos que en sus obligaciones. Se han inventado aquello de que un malagradecido busca sus derechos, pero que un humilde se humilla ante Dios y busca su gracia. Ahí tienen la ruta para la mediocridad en la que viven muchos de ellos.
He aquí un ejemplo. Hace poco, un popular e influyente ministro renunció a su paga. Antes de eso, se armó una de las miles de pequeñas guerras que afectan esa iglesia. Se sabía que este ministro trabajaba en otros proyectos desde antes. Exigió sus derechos laborales. Se los dieron. Sigue teniendo las mismas responsabilidades de liderazgo que tenía siendo asalariado de la iglesia. La reacción de sus fans fue sintomática: en lugar de cuestionar a la administración por dejar que un buen trabajador se fuera, ¡le aplaudieron y lo hicieron el caudillo del buen-servidor de la iglesia! ¿De verdad es así? Examinemos esto.
El modelo de la ICMAR es de iglesia promedio norteamericana, lo que equivale a decir que se organiza como una empresa, un negocio que debe tener buenas prácticas, visión, misión y objetivos, etc. En Estados Unidos, ser pastor de esas iglesias equivale a ser el CEO. Hay una carrera de vida ahí. En sus iglesias-empresas pueden desarrollarse profesionalmente. Algo debe andar mal cuando en México, uno de los más prominentes empleados renuncia, puede seguir haciendo lo que hacía y las cosas continúan caminando. ¿Notan las implicaciones de esto? Las enumero para que quede claro:
- Si este ministro renunció y puede seguir con sus responsabilidades eclesiásticas, ¿por qué los otros no pueden? O lo digo más claro: ¿es necesario que haya un grupo de ministros asalariados?
- Si sus carreras profesionales inician a los cuarenta años, ¿realmente existe el concepto “de tiempo completo”? ¿No será que, mientras disfrutan de su sueldo, al ver que aquí nomás no hay futuro económico, se capacitan por si las dudas? Y si fuera así, ¿se vale recibir sueldo de un patrón, pagarse cursos en sus tiempos libres e irse a otra empresa? Supongo que sí… pero aquí hablamos de una… iglesia, ¿o no?
- ¿Qué buscan los ministros al ser pagados? ¿Qué tipo de vida anhelan? Digo, es cierto que Pablo aprendió a vivir en la pobreza y en la riqueza, pero me queda claro que él sí era un comprometido con el evangelio y el dinero sólo fue instrumental para seguir su camino. Me queda claro que sus Biblias tienen una línea negra, gruesa, sobre una línea por ahí que dice: “para no ser gravoso para la iglesia, trabajo con mis propias manos…”, palabras del mismo apóstol al que gustan citar por aquello de las riquezas.
- Detrás de los aplausos (“vas a callar muchas bocas”, le dijeron al que renunció… naaa, sólo la mía, pensé yo), ¿no hay una crítica a los que se quedan? Yo visité varias veces a los hermanos de Chalco, Ixtapaluca, Chimalhuacán. Algunos de ellos tenían el dinero apenas necesario para ir a esa reunión. ¿Saben cómo veían a quienes la iglesia les paga un sueldo seguro mes con mes y que llegan con su camioneta X-Trail de agencia? ¿Saben qué sienten esos hermanos que ven que, sin falta, sus líderes se toman unas merecidas vacaciones mientras ellos deben quedarse a trabajar horas extra para llegar a la meta de ofrenda especial? Sí lo saben pero se curan con una píldora de discurso compasivo: ellos se merecen cada peso que tienen y los hermanos que piensen diferente son inmaduros, amargados y envidiosos; débiles a los que hay que discipular.
Pero, ¿qué pasa con quien realmente se lo merece? Aplaudí y me dio mucho gusto cuando un hermano de la region regaló espontáneamente un auto al maestro de la ICMAR. De verdad. Creo que se lo ganó a pulso. No quiero que vivan en la pobreza. Para nada. Sólo quisiera que hubiera un efectivo sistema de rendición de cuentas (me refiero a lo meramente administrativo), que se supieran los sueldos totales, los gastos detallados, las explicaciones de tales erogaciones. ¿Por qué el que dirige 100 personas recibe dinero y el que dirige las mismas 100 no? ¿Qué criterio usan para contratar ministros? ¿Qué perfil deben cumplir? ¿Qué obligaciones tienen? ¿Qué derechos tienen? Estos son misterios que seguro se pueden resolver con sencillez. No dudo que cada pregunta tenga respuesta. ¿Por qué no lo hacen público? Mucha gratitud, mucha realidad, mucha legitimidad ganarían con eso.
La otra opción es que digan: “maldito el que toque al ungido del Señor”, que digan claramente: “yo soy ministro pagado porque así lo ordena Dios”, y cualquiera que tenga estas dudas sea nombrado blasfemo por siquiera pensar que, en una de esas, estos ministros están ahí porque se hicieron amigos de poderosos, de personajes que vinieron del norte, que ya pocos conocen y que… no sigamos. Sí: “no pongas bozal al buey que trilla”. Ojalá ellos estén trillando espléndidamente. Su familia espiritual se lo agradecería.
¿Por qué no dices nombres? Ellos te llaman a ti por tu nombre, ¿no deberías hacer lo mismo?
Hay quien quiere ver sangre. ¿No sería meterse en dimes y diretes? Dice un hermano que una hermana le dijo que un líder le dijo que los Venegas andan muy mal en su matrimonio; otro dijo que Venegas anda medio trastornado porque desde su juventud no trató con “ciertas cosas” y ahora, pobrecito, vive extraviado. Me detengo un momento.
He pensado muchísimo sobre el particular. Un día, el maestro de la ICMAR me dijo: “no me metas en el mismo saco que tus líderes (él estaba en el norte, yo en el oriente)”. Me doy cuenta que tenía razón: hay un peligro en generalizar. Quizá convenga pensar que los eventos espiritualmente trágicos que en este momento ocurren en Neza no sean responsabilidad de su actuar líder sino de los anteriores o de la congregación que se deja. A lo mejor lo que está pasando en Chalco y la división entre los líderes de las dos Nezas (porque hay dos Nezas, ¿lo sabía?) no le toque al líder de Venustiano sino al de… ¡GAM!, a quien, por cierto, nadie le debería preguntar qué pasó con la caída en desgracia de los García y de los Torres; al que nadie debería preguntar por qué insistió tanto en sacar a Leonel para llevarlo a Aragón; al que nadie debería preguntar cómo fue posible que una pareja joven que aquí había sido defenestrada ahora esté contratada en la misma iglesia pero en Estados Unidos. ¿Ya ven? ¡Sólo el oriente y el norte son los malos del cuento! Lo que pasó en Iztapalapa con dos evangelistas ahí y con un grupo de mesiánicos infiltrado es pecata minuta de la que ya nadie se debe acordar (corría una broma de mal gusto en esos días: ¿Dónde andaba el líder de esos dos ministros? ¡En un retiro de Nohemís!). La división que estuvo a punto de ocurrir a la salida de Josué seguro fue invento de los amigos amarranavajas de Venegas. ¿Será? ¿Tendrán razón los que me dicen que 1) me tocó la parte más retrógrada de la ICMAR o 2) sólo esa parte y nadie más en toda la iglesia tiene esos problemas? (Recuerdo una plática con el líder que suplió a Leonel donde me decía con una perplejidad en su rostro casi genuina: “Venegas, yo no he visto ni vivido ni escuchado nada de eso en la iglesia. Yo no hago nada de eso que me dices”. A lo que respondí: “seguro es porque estamos en iglesias diferentes”).
No lo sé amigos. Pero renuncio a pensar en voz alta en nombres. Uno de ellos escribió hace poco algo que queda como anillo al dedo a lo que pienso que ocurre en su iglesia:
La mejor estructura no garantizará los resultados ni el rendimiento. Pero la estructura equivocada es una garantía de fracaso.
A lo que otro contestó que eso se refiere a que en lugar de atacar a las personas, ataquemos lo incorrecto. Lo suscribo. No. No quiero sangre ni chismes. No digo más que lo que escuché y vi en mis años en esa iglesia. Puedo estar equivocado y ojalá que así sea. Esa es mi versión y si usted quiere saber más u otra versión, no me pregunte a mí, que lo que está escrito, quedó escrito, sino a ellos. Es entonces, mi palabra contra la suya. Al tiempo, digo yo, al tiempo. Y ya, basta de historias y chistes locales.