“pues Cristo no me mandó a bautizar, sino a anunciar el evangelio, y no con alardes de sabiduría y retórica, para no quitarle valor a la muerte de Cristo en la cruz.” (1 Corintios 1:17)
He aquí una pregunta difícil y polémica. Vamos a tratarla en el contexto del evangelismo, tema que hemos venido abordando estos días. Quizá el texto que acabamos de citar suene raro en los oídos de aquellos acostumbrados a sólo escuchar Mateo 28:18-20. Al parecer es una provocación de Pablo. Pero volvemos al punto que hemos tratado antes: evangelizar significa que anunciamos a Cristo vivo y resucitado. Alguna vez quise mostrar a uno de mis queridos líderes esta Escritura. Le dije que él hacía mucho énfasis en aquello de que una iglesia sana debe bautizar a tantos como Dios lo permita (con una ayudadita del hombre, añadiría yo), sin embargo, el mismísimo Pablo decía algo diferente. No recuerdo qué me dijo, pero estoy casi seguro que me respondió algo como: “no uses las Escrituras para justificar tu falta de espiritualidad y tu evidente falta de amor por los perdidos. Si no has bautizado a nadie, no estás dando fruto y no eres un buen cristiano”. ¿Será?
Otra breve historia. Un líder respetadísimo escribe en su página que está organizando un domingo evangelístico, una conferencia donde quiere mostrar la gloria de Dios. Son cien personas en su congregación y pide a Dios que lleguen más de 300 en ese domingo especial. Llega el día y en la noche anuncia: “estoy impresionado por el poder de Dios pues pedimos por 300 y el total fue 440. ¡Gloria a Dios!”. Un hermano amado lee eso y me dice: “mira, ellos sí están haciendo el trabajo, no como aquí que dicen estudiar las Escrituras pero se la pasan peleando entre líderes y no crecen”. Volví a preguntar, ¿será cierto?
Creo que pensar que una iglesia es sana sólo porque el número de miembros aumenta es un error. Quizá sea una mala interpretación de la comparación de la Iglesia con el cuerpo. Romanos 12:4-5, 1 Corintios 10:17, 12:12-27; Efesios 1:23, 5:29-30; Colosenses 1:18, 2:19; etc, etc. son Escrituras que comparan claramente a la Iglesia con el cuerpo de Cristo. Fijemos nuestra atención en la última:
“Ellos no están unidos a la cabeza, la cual hace crecer todo el cuerpo al alimentarlo y unir cada una de sus partes conforme al plan de Dios” (Colosenses 2:19)
Pablo está hablando de algunos hermanos que se hacen pasar por muy religiosos pero en realidad no lo son. La clave para aclarar el punto de la “salud” de una iglesia está en la parte de que la Cabeza, es decir Cristo, hace crecer el cuerpo al alimentarlo y unir cada una de sus partes. ¿Se está refiriendo Pablo a los de afuera? Es decir, como Dios ya tenía un plan, quizá “unir sus partes” no sea más que una suerte de rompecabezas divino y la misión de los cristianos sea buscar a los que de antemano Dios ya había destinado a ser parte de ese cuerpo. Esta idea del rompecabezas podría parecer ofensivo para algunos lectores, pero no pretende ser más que un ejercicio de lo que una mala interpretación puede hacer. Porque se podrá decir que si esto fuera cierto, ¿para qué buscar a Dios si Él de por sí nos va a encontrar? Y si esto es cierto, la misión de la Iglesia no sería ir y hacer discípulos porque ya estarían hechos. ¿Absurdo? Puede ser. Concedamos, pues, que unir las partes no se refiere a los no conversos. Unir las partes en el contexto de este pasaje tiene que ver con los cristianos.
Entonces, ¿quién hace crecer el cuerpo? ¡Cristo! Es Cristo quien la alimenta. Veamos con claridad el proceso: la cabeza alimenta al cuerpo y éste crece. O al revés: el cuerpo crece cuando la cabeza lo alimenta. ¿Significará alimentar, multiplicar el número de miembros? La multiplicación de miembros no aparece en la Escritura. En todo caso, entiendo que cuando uno se alimenta, fortalece un cuerpo que en realidad ya posee. Yo no como diariamente porque quiero tener tres brazos. Me gustaría encontrar un alimento que fortalezca los ojos que ya tengo (enfermos, por cierto), pero no para tener cuatro ojos (los lentes no cuentan). Así, Cristo alimenta y da salud a un cuerpo que en realidad ya existe. Si se trata de medir la salud del cuerpo (la iglesia), debemos buscar cómo ese cuerpo está siendo alimentado. Si ese cuerpo no está sano, la cabeza no existe o es otra diferente a Cristo porque, lógicamente, la cabeza debe estar sana y nadie en su sano juicio dirá que Jesús no está alimentando a su iglesia. Lo más probable es que esa iglesia no esté siendo regida por Cristo.
Aunque seguimos sin contestar la pregunta de qué es una Iglesia sana, ya sabemos que, de acuerdo a la Escritura, la Cabeza (Cristo) alimenta, cuida y da salud al cuerpo (la Iglesia). No es una conclusión menor: si Cristo alimenta la iglesia, ¿no sería redundante preguntar si tal congregación es sana? Si Cristo está en la Iglesia, ¡por supuesto que es sana! Investiguemos, entonces, algunas señales de esa salud, misión que vendrá en los próximos artículos.