(Lucas 15:11-32)
Esta escritura tiene (es obvio decirlo, ¿o no?) muchos significados. Hay que entenderla en su contexto. Lucas está pensado para “gentiles”. Aquí también hay resonancias de la problemática (¿la dialéctica?) entre el pueblo de Israel y los gentiles. Según Romanos, los gentiles también tuvieron la oportunidad de conocer y de respetar a Dios, pero se perdieron. Los gentiles están representados por el hijo menor que se aleja, que despilfarra, que “gasta el dinero con prostitutas”, que come con los cerdos (uno de los animales más despreciados por los judíos). Pero, en un acto de arrepentimiento, estos gentiles vuelven a la casa del Padre. ¿Cuál es el Dios que vemos en esta escritura? ¡El Dios del amor y del perdón! La fiesta se celebra con el sacrificio de un cordero. Hay que recordar que Jesús es visto como el “Cordero de Dios que quita los pecados”. El hermano mayor es, claramente, el pueblo judío, el que siempre ha estado con Dios, el que ha trabajado duramente. A este hijo, Dios le “ruega” que entre a la fiesta del perdón (la Eucaristía) pero él se niega. Los judíos, en la visión de Pablo, se han torcido, pero siguen siendo el pueblo elegido. Así que no están excluidos del “banquete”. Es más, de ellos es la herencia del Padre. Pero los gentiles (el hijo pródigo) merecen una fiesta. La reconciliación siempre es vista en Pablo como un evento especial, poderoso (en otro pasaje habla de la marcha triunfal de Cristo). Así es visto también aquí.
La parábola (he aquí otra obviedad) pone de relieve el amor, el perdón y la reconciliación con Dios. Pero también, si la tomamos alegóricamente, pone de relieve a los dos pueblos presentes en la teología de Pablo. Está la fiesta, el gozo, la alegría del arrepentimiento de los gentiles y su regreso a la casa del Padre. Pero la parábola no termina ahí. La última parte es el papel de los judíos, el pueblo elegido que se enoja (no olvidar los alegatos de Pablo a los gálatas contra los judeanizantes) por el mensaje de la reconciliación. No es curiosidad que del hijo mayor se enfaticen los celos y la envidia. La parábola termina con las palabras del Padre. Del hijo mayor no se dice más. Quizá es una invitación para que los judíos recuerden que siguen siendo el pueblo elegido.
Sería interesante revisar el evangelio de Lucas que leería Marción. Seguramente sí estaría esta parábola y seguramente se resaltaría la falta de compasión de los judíos. También se haría notar que Dios perdona sin importar. ¿Una parábola antisemita? Quizá.
Lo curioso de esta parábola es que sirve, si la tomamos literal, para ilustrar la condición humana y el Dios de amor que los cristianos predican. Lo demás puede ser un código entendible en su contexto histórico. Es interesante que la forma de cristianismo que resultó ganadora supiera inmunizar este contenido político-histórico y convirtiera la parábola del Hijo Pródigo en el referente del arrepentimiento y del perdón genuino. Creo que la mayoría olvida el mal humor del hijo mayor. De ser un velado ataque anti-judeanizante, la parábola se transformó en un mensaje de restauración que incluso los no cristianos utilizan. Ironías de la historia.
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